Capitulo 8 : "Blanco"

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Tono acromático, de claridad máxima y oscuridad nula. Es el color de la luz solar, no descompuesta en los colores del espectro. Se asemeja al color de la nieve; Simbolicamente aporta paz y confort."

Durante el mes restante de las vacaciones de Shokudaikiri, se sucedió una serie de encuentros entre éste y el muchacho. Las invitaciones no eran nada del otro mundo; visitar alguna exhibición de arte, ir a beber té o café, una ocasional cena y también dos o tres paseos por los parques nevados de la metrópoli.

En todas las ocasiones, Mitsutada invitó las comidas o los boletos, se mostró como un auténtico caballero y conversó lo mejor que pudo acerca de los intereses de Ookurikara. Quería conocerlo más, tantearlo con eficiente disimulo; y tal como ocurriera en el viaje a Hiroshima, el hombre regresaba después de esas citas completamente convencido de que adoraba con locura a ese muchacho tan discreto y solitario.

Todas las veces, sin excepción, se las había arreglado para besarlo y tocarlo un poco, poco a poco, cuidándose de no asustarlo o irrespetarlo. La verdad era que deseaba arrancarle la ropa a manotazos, acostarlo en su mullida cama y amarlo sin tapujos, recorrerlo de un lado al otro, decirle al oído lo loco que estaba por él.

—¿Te gustó el pastel que te envié el jueves?

Preguntó el moreno, mientras rodeaba el cuello del hombre con ambos brazos, de modo íntimo.

Ookurikara se había aflojado con él, se había ablandado un poco, mostrándose más conversador y demostrativo. Lo miraba directo al ojo, sonriéndole.

—No tenía idea de si te gustaban las cosas dulces, pero no se me ocurrió otra cosa. Es un agradecimiento.

Comentó. Estaban en medio de la la sala de estar, llovía esa noche.

La nueva cercanía tenía tan feliz a Shokudaikiri que, cosa rara en él, perdía la noción del tiempo.

—Me gustó mucho, muchas gracias.

Era un poco inusual que Ookurikara fuese tan accesible, pero Mitsutada no se quejaba. Sólo habían pasado dos meses desde que se conocieran, y su corazón ya latía con fuerza cuando lo tenía cerca.

—Tienes que decirme cuándo es tu cumpleaños, así puedo hacer algo bonito para ti.

—No tienes que hacer nada, últimamente has pagado todo.

Respondió el joven, mirando a un costado. Sentir el perfume de Mitsutada lo volvía muy sumiso por alguna extraña razón.

—¿Cuándo regresas... al trabajo?

—Este lunes. Hasebe debería regresar... Si no ha vuelto ya.

Comentó Mitsutada. Agarró por las costillas al chico, depositándolo sobre la mesa.

Ookurikara se dejó hacer. De algún modo, le gustaba sentir su cuerpo contra el de Shokudaikiri.

—Es un tipo muy estricto, ¿no?

Preguntó. Sus piernas colgaban de la mesa. Traía puesta una camiseta sin mangas y unos jeans oscuros. Hacía un tiempo que su dragón permanecía igual, intacto e incompleto. El de cabello azul pasó la mano cuidadosamente por la piel dibujada.

—Hasebe es una gran persona, un hombre muy trabajador. Todo lo que tengo se lo debo a él.

Ookurikara tembló al sentir aquel contacto. Era muy extraño que alguien lo tocara, aunque fuera por error. Mitsutada acariciaba su piel trazada en tinta.

—¿Dónde lo conociste?

Curioseó, cerrando los ojos. Se relajó, inclinando la cabeza hacia un costado. El largo mechón rojizo cayó por su clavícula.

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