Capitulo 30: Fragilidad

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"Debilidad de una cosa o facilidad para deteriorarse"

Varias semanas transcurrieron en una tensa paz desde entonces.

A mediados de junio, después de algunas producciones fotográficas y otra serie de cortos con Kanesada que según Jiroutachi se habían vendido como pan caliente, Shokudaikiri decidió tomarse uno o dos días para relajarse. No había más compromisos que una entrevista para una revista del medio, la misma que lo había visto nacer; por lo que decidió concertar una cena en casa de Ookurikara.

A pesar de que su éxito profesional iba en auge, impulsado ahora por lo solicitados que estaban él y Kanesada como pareja, Shokudaikiri sentía que su vida personal daba tumbos. Había tratado de contactar a su senpai, sin éxito, y sólo los momentos de tranquilidad con Ookurikara le ayudaban a seguir. Las cosas con Hasebe estaban frías, Tsurumaru estaba muy ocupado con sus nuevos modelos y Fudou, a pesar de que siempre había sido un buen amigo que sabía escuchar, estaba inmerso en el trabajo de asistencia que le habían dado en la agencia. No podía conversar sobre aquellas cosas con Kanesada, a pesar de que existía una cordial amistad laboral; el chico era joven y Shokudaikiri no quería participarlo de cosas tan privadas. Souza era una tumba a pesar de ser un chismoso, pero el hombre se sentía inseguro.

Sin Hasebe, parecía a punto de perder su único puntal.

Su esperanza estaba en que su senpai le contestara alguna vez; pero habían sido varios días y ya no quería enviarle más mensajes.

Pronto sería su cumpleaños número treinta y uno, y Shokudaikiri Mitsutada se sentía bastante perdido.

"Estoy en la esquina. ¿Puedo subir o hay peligro?"

Envió aquel mensaje al moreno.

"No hay moros en la costa."

Respondió el moreno, limpiándose las manos mientras preparaba la mesa. Sentía que éstas le temblaban. Ciertamente, no era una ocasión usual: su colaborador, cliente, musa, amante y compañero de soledad estaba allí.

En ese momento, el adolescente sintió que su estómago se llenaba de molestas mariposas, que parecían haberse dormido luego de despertar hacía meses; el trabajo lo tenía sumergido en las actividades de rutina. Shokudaikiri parecía estar demasiado ocupado últimamente con su propio trabajo, del que prefería mantenerse siempre ajeno e ignorante, lo cual le dejaba mucho tiempo a solas para dedicarse a otras cosas: volver a practicar con la cámara, las escasas relaciones públicas que se limitaban al trabajo, su propio placer onanista y cocinar. Sí, había aprendido a hacer aquello hacía algún tiempo con una persona que jamás habría esperado que se volviera tan afín y común a él.

Fudou Yukimitsu y él habían descubierto que eran conocidos de conocidos en el momento en que el hombrecillo, que apenas parecía más joven que él, había entrado a trabajar en la agencia también. En los descansos, entre cigarrillo y cigarrillo, hablaba con Yukimitsu de muchas cosas: el clima, la música, el universo, la religión, la muerte y sobre los programas de televisión o películas. Fudou era un alma errante, un nómada que se movía a donde el viento lo llevaba y aquello le había dado un extenso mapa de un mundo que Ookurikara ansiaba conocer con su propio ser.

—Tranquilo, idiota... no es como si fuese a ser diferente...

Se dijo, apretando una servilleta entre sus manos y mirando de costado la mesa que había dispuesto, por primera vez en su vida, para dos.

Como un cachorro que esperaba a que su dueño llegara de la calle, el moreno esperaba detrás de la puerta. Su estómago se sentía frío.

Incluso los niños que jugaban a ser adultos sentían nervios.

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