"Procedente del latín, específicamente surge del término "unus" que significa "uno". De manera que una unión expresa el resultado de unir algo a otra cosa, así como también cuando una persona o grupos de personas se unen a otras.Cuando existen afinidades de voluntades y existe el esfuerzo mutuo, entonces estaremos hablando de unión"
Como si fuese un diligente soldado, a las siete de la mañana Ookurikara se encontraba listo en la casa de Hikoshiro. La esposa de éste había comprado un atuendo para él, nada que lo reprimiera ni lo hiciera sentir muy mayor; aún era un adolescente. Un saco formal de vestir, de color oscuro, haciendo juego con el pantalón y una camiseta ligera, zapatos y elegante cinturón.
—Hasta que al fin luces como una persona normal.
Argumentó el padre, quien venía ya cambiado, luciendo un traje de vestir gris claro con un sobretodo marrón. Hikoshiro era friolento.
—Tengo que hacerlo para esta pantomima, ¿no? Déjame tranquilo.
Ookurikara se sentó, fastidioso. Incluso lo habían peinado y arreglado como un muñequito.
Desde su llegada, alrededor de las seis de la mañana, había sido una discusión tras otra. Pese a que Ookurikara se había empecinado en no asistir, su madrastra lo había convencido a duras penas. La mujer temía que no quisiera vestirse con la ropa que le había escogido, pero Ookurikara parecía un poco, sólo un poco más dócil con ella. No sabía a qué se debía ese cambio pero sin duda lo agradecía, por lo menos ese día.
Y la verdad era que, a pesar de todo, ésa era su familia. Todas sus amigas, de menor o mayor escala social, eran casadas y con hijos, y ella no había tenido un vástago de su propia carne. Jamás hablaba del tema, pero su tristeza era palpable para quien pudiese ver más allá de su férrea y tradicional superficie.
Engalanados los tres (la mujer llevaba un delicadísimo vestido color coral, con encaje en la parte superior, una delicada faja de seda y una discreta falda), salieron en un taxi rumbo a la estación de tren.
El viaje en tren no era largo, unas tres horas; pero el trío lo pasó en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos. Hikoshiro compró café y algunos bollos para todos. Le entregó el vaso a su hijo con una expresión algo más relajada.
El chico lo tomó sin decir nada. El tren en el que viajaban no era el que Ookurikara acostumbraba; era uno de larga distancia, de superlujo. La madrastra era de una familia de alta alcurnia, ligada políticamente a las familias más poderosas de Japón. Sabía que ella se había casado con Hikoshiro apenas había cumplido diecisiete años y desde entonces vivía sumisamente con él.
¿Cómo habían terminado así? Los Hikoshiro eran una familia rica de la zona costera de Okinawa. El negocio lo había iniciado su bisabuelo en la época de la restauración, cuando Japón despertaba a golpes del letargo eterno del aislamiento. Si bien eran ricos, no tenían posición social ni contactos poderosos, sólo tenían dinero que olía a pescado. Los padres de ella había decidido entregarla como esposa a Hikoshiro con fines comerciales; las empresas se fusionarían en el profundo lazo de un matrimonio entre los hijos sin casar de ambas partes. Hikoshiro había dejado de ser un trotamundos a los diecinueve, la edad que Ookurikara tenía ahora, y se había tenido que arremangar para sostener aquel megaimperio colmado de malos comentarios y falsedad. La familia de su mujer lo odiaba.
—¿Quién se casa?
Preguntó Ookurikara, cansado, acostándose sobre el asiento.
La dama bebía su café con cuidadosos modales. Nadie sabría cómo había mantenido intacto su atuendo, dado el viaje en taxi y la espera en la estación.
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El Sexshop
RomanceTouken Ranbu, universo anternativo en la actualidad. ¿Qué sucede cuando un hombre aislado y afligido se encuentra con un joven huidizo y esquivo? El tierno y paciente Shokudaikiri y el estoico y leal Ookurikara cruzarán miradas y no podrán controlar...