Le hice el amor, tan apasionadamente, como sólo me lo podía permitir mi propio cuerpo. Lo hice sin intención, porque en ese instante, así me nacía. Contemplé, acaricié y mimé su cuerpo como antes no lo había hecho. Ambos soltábamos lágrimas silenciosas, sin emitir algún sonido más que gemidos suaves de placer ¿Qué por qué llorábamos? Por el simple hecho del temor, el miedo. La zozobra de lo que podía pasar.
-¿Te duele? –pregunté parando mis movimientos cuando su rostro se contrajo con lo que parecía dolor.
-No pares, estoy...bien.
-¿Te sientes mal?
-No, no, estoy bien –sabía que le estaba doliendo, pero no paré. Disfruté de ella sintiendo como si era la última noche. Nuestra última noche. Quería ser positivo, pero no era de ese tipo de hombres. En la relación la positiva era Rebeca, no yo.
Esa noche no dormí ni un segundo. La contemplé toda la noche, su rostro, su cuerpo, toda ella. Con su hermosura sobresaltando, aunque estuviese dormida, siempre era una belleza que admirar. En ocasiones sentía que me ahogaba, que me faltaba la respiración, cada vez que imaginaba estar sin ella. Lloré como un niño pequeño temiendo, en silencio, dejando salir mi dolor por medio de las lágrimas. La abracé, llenándome de su calor corporal, de su olor. La amaba, como jamás había amado a alguien.
Al amanecer, fui el primero en levantarme a ducharme, me arregle y tome el pequeño equipaje que habíamos hecho para sus días de hospitalización. La bajé a la camioneta y luego, llamé a un taxi de la empresa para que vinieran a por la familia de Rebeca a las ocho, nosotros tendríamos que estar más temprano.
-Dulce princesa...-acaricié con mi nariz su mejilla mientras ella estaba recostada de espalda, con su cuerpo desnudo a penas cubierto por una fina sábana blanca al borde de sus glúteos- A levantarse, debes desayunar y ducharte...
-¿Qué hora es? –preguntó adormilada dándose la vuelta, haciéndome ver sus redondos pechos desnudos. Lamí mis labios inconscientemente mirándolos, volví mis ojos a su rostro.
- Las seis.
-Bien, ya me voy a levantar –se cubrió con las sábanas y volvió a cerrar los ojos.
-Vamos cariño –reí bajo mirándola con ternura. Parecía una niña pequeña cuando no quería ir a la escuela, con ese ceño de finas cejas fruncidas, los labios contraídos y los ojos cerrados. La tomé por las caderas, sobre las sábanas, y comencé a acariciarla en una advertencia silenciosa de que le haría cosquillas. Abrió los ojos de golpe y los clavó en mí.
-No...
-Entonces, a levantarse.
-Bien, lo haré, ahora suéltame –se removió nerviosa y yo postré en mi boca una sonrisa malévola, haciéndola abrir los ojos- Matías...no...-pero su advertencia se vio interrumpida por la risa. Comencé a hacerle cosquillas, montándome sobre ella a ahorcajas mientras se retorcía.
-¡NO! ¡MATIAS! –gritó finito, la solté y la admiré con una sonrisa tonta en mi boca, el corazón latiendo lleno de amor. Suspiré y poco a poco la fui soltando.
-Te prepararé algo para comer –me levanté posando brevemente mis labios en su frente, y me bajé de encima.
-Iré pronto –salí de la habitación con un amago de sonrisa en mi boca.
Hoy era el gran día, preparé un sándwich para Rebeca y para mí, un enorme café. Me lo tomé esperándola en la cocina. Su abuela y su tía ya se arreglaban para ir a la clínica, les informé que vendría un taxi de la empresa para ellos. María y Santiago salieron a hacer algunas compras necesarias para Mary. Al tiempo bajó Rebeca y llegó Patricia, le informé que les preparara algo de comer a sus familiares y luego nos despedimos prometiendo vernos en la clínica.
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Mundos Adversos
RomanceRebeca, una chica Venezolana que huye a la edad de veinte años de su país, por causa de la enfermedad de su madre, en busca de una mejora económica que la ayude a salvarla. Por desgracia, la vida le quitó a esa bella mujer que la crió, dejándola com...