Nos casamos dos días después, una sencilla e improvisada boda en la playa. Encontramos un Padre del centro quién aceptó casarnos de esa manera. Frente al mar, donde colocaron una decoración bonita con un pequeño altar en forma de arco, con flores y telas blancas y unas pocas sillas para mi familia.
Festejamos en la noche en el apartamento, con un poco de música, champan y aperitivos hasta que cada uno se fue rendido por el cansancio a sus habitaciones.
Cuatro días después, nos encontrábamos recogiendo nuestras pertenencias para regresar a Caracas. Matías me dejaría dos semanas más con mi familia, así como la primera vez que vino a Venezuela, en aquellas navidades. Puesto él debía regresar a resolver los asuntos de la empresa, además, quería poner el papeleo de nuestro casamiento al día.
Yo, por otro lado, insistí en permanecer algunos días más con mi familia y también amigos, que venían a casa de la tía a pasar el rato o simplemente salíamos a pasear.
Matías y yo hablamos sombre mi apellido, lo cambiaría por el suyo pero conservaría el de mi madre. No quería quitármelo. Era increíble saberse, de un día para otro, casada. Con un hombre que tenía dinero hasta por los codos, que era completamente distinto a ti pero que pese a eso, era el complemento perfecto para mí.
-La señora Martínez –acaricié las palabras en mi boca, sentirme suya de esa manera.
Faltaban solo cuatro días para regresar a Canadá. Esa mañana, todo comenzaría a ponerse gris, una vez más en mi mundo.
Desperté con un fuerte dolor de cabeza y unas terribles nauseas que me hicieron devolver el estómago apenas abrí los ojos en la mañana. Salí de la habitación sintiéndome débil. Quizá algo me había caído mal. Bajé a la cocina y me dispuse a ayudar a mi tía con el desayuno. Pero el olor del sofrito que hacía mi tía para hacer los huevos revueltos, me hizo correr al baño para volver a devolver el poco contenido de mi estómago.
El olor me dio tanta repugnancia que me alejé de él por completo, subiendo a la habitación de mi prima.
-¿Todo bien hija? –Interrogó la mujer preocupada, mirándome desde la entrada de la habitación.
-Sí, estoy mal del estómago, es todo.
-¿Crees que fueran los granos del día anterior? –preguntó refiriéndose a unos frijoles que comí.
-Posiblemente.
-Te haré un té.
-Gracias tía –asentí. Cerró la puerta dejándome sola.
Me levanté para ir una vez más al baño. Me sentía débil, me veía pálida y seguía con el estómago dando vueltas ¿Qué me estaba pasando? Tomé el té que trajo mi tía, y milagrosamente me hizo sentir mejor. A penas y probé dos mordiscos de un sándwich que me preparé, no queriendo comer huevos revueltos con las Arepas que había hecho la tía.
Volví a mi habitación y me dormí hasta la tarde.
-¿Aló? –contesté dormida aún.
-Hola cariño...-Su voz aterciopelada y ronca se dejó escuchar al otro lado de la línea. Me posé boca arriba en la cama y suspiré.
-Hola...
-¿Estás bien? –Preguntó de inmediato al oír mi voz.
-He estado un poco mal del estómago, pero estoy bien.
-¿Qué sientes? ¿Desde cuando estás así? Ve al médico...-comenzó a decir preocupado, rápidamente. Coloqué los ojos en blanco y negué con la cabeza.
-Matías, relájate. Algo me cayó mal, es todo.
-¿Estás segura? Puedo enviarte a buscar de inmediato.
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Mundos Adversos
RomanceRebeca, una chica Venezolana que huye a la edad de veinte años de su país, por causa de la enfermedad de su madre, en busca de una mejora económica que la ayude a salvarla. Por desgracia, la vida le quitó a esa bella mujer que la crió, dejándola com...