Capítulo 24- Un nuevo amanecer.

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Rebeca me despertó cuando todavía el sol no había aparecido. Fruncí el ceño somnoliento, queriendo volver a la cama con el delicioso frío que nos brindaba el aire acondicionado de aquella habitación. No recordaba el insoportable calor que hacía en este país. Por lo que encontrarme en el frescor de la habitación, se me hacía placentero seguir sumergido allí.

-Vamos señor perezoso, es hora de levantarse.

-Estoy muy cómodo.

-Sí no te levantas, le pediré que me acompañe uno de mis amiguitos –sentenció cruzándose de brazos. Fruncí los ojos, amenazador.

-No quiero a ningún amiguito a tu lado, señorita.

-Pues ¡Mueve ese culo! Quiero agarrar el amanecer –me levanté y nos dimos una rápida ducha, para luego colocarnos ropa deportiva. Ella una pantalón de correr muy ajustado, haciéndole ver buenas piernas y trasero y una camisa de tirantes en color gris. Sus zapatos de correr y una coleta alta sujetando su cabello, yo, por otro lado. Me coloqué pantalones cortos de correr, una camisa sin mangas en color blanco y mis zapatillas de correr.

Salimos en un taxi conocido de la familia, otro más, olvidando el nombre del primer hombre que nos buscó la primera vez que vine, quién nos llevó a la entrada del parque, o por lo menos, dónde Rebeca decía se llamaba "Saba Nieves" el sol ya comenzaba a salir. Algunas personas más estaba reunidas allí con ropas deportivas esperando para subir.

Solo pude ver un camino en la montaña, que desaparecía de mi vista. Era bastante alta.

-Vamos, corramos junto al amanecer –asentí y comencé a caminar a paso rápido a su lado, junto a las otras personas que hablaban animadas siguiendo el camino.

Todo era camino de tierra, arboles, piedras, grama verde y canto de aves. El sol seguía saliendo por el horizonte a nuestro lado, mientras seguíamos subiendo esa extensa montaña. El ambiente se sentía sereno, el aire cálido y a la vez resfrescante.

Comenzábamos a sudar debido al esfuerzo. Estuve al pendiente de ella en todo momento, pero ella disimulaba cualquier indicio de dolor en su herida, solo para que yo no me preocupara.

Cuando comenzamos a llegar a la parte más alta, nos detuvimos sentándonos en una roca y me deleité impresionado de las grandes vistas. Rebeca se posó a mi lado, bebiendo un largo trago de su agua, mientras yo perdía la vista en el dulce amanecer.

-Bienvenido a mi hermoso país.

-Esto es increíble –asentí observando frente a mí.

En aquella cima, donde parecía que volábamos sobre la gran ciudad de Caracas, todo aquí se veía diminuto y grande a la vez. El urbanismo, la naturaleza, las dimensiones y diferencias de tamaños de las construcciones, el contraste de colores que mostraba el cielo en un día que parecía vendría caluroso, pero que hacía, desde la posición en la que nos encontrábamos, sentirse en paz.

El cielo a penas y tenía pocas nubes salpicando de aquí a allá, las montañas con diversos tonos en verde. Las dimensiones de los diferentes colores de las construcciones, casas, edificios, campos...todo lo que representaba a aquella ciudad. Me sentí en paz, contemplado la estupenda vista, junto a la mujer que me traía loco desde hace mucho.

-¿Te gusta?

-Sí, es muy bonito todo.

-Lo es...¿Ves? No es tan desagradable como creía.

-Jamás dije que era desagradable.

-No te gustaba mi país.

-No tenía los mejores conceptos.

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