Comenzaba la agonía. Mi agonía. Los dolores se intensificaban hasta el punto de hacerme gritar. Morfina era lo único que podía calmarme y hacerme dormir. Ocho meses se habían cumplido de mi embarazo. Ya no me quedaba cabello alguno en mi cabeza, decidí rapármelo cuando los claros se hicieron pronunciados y parecía una escoba quedándose sin hebras. Estaba tan flaca que hasta verme en el espejo se hacía una tortura, lo único que sobresalía era mí, aun así; pequeña barriga.
Matías se mostraba atento, pero sabía que estaba muriendo lentamente a mi lado.
El tumor en mi cabeza comenzaba a hacer de las suyas, en la parte trasera de mi cabeza. Empezaba a sentir fuertes dolores. Algunas cosas comenzaban a ser dificultosas en mi mente. A veces me costaba ver con claridad, otras veces me costaba recordar algo tan insignificante como; dónde se encontraba el cuarto de baño.
Nos preparábamos para ir de viaje. Matías había tenido que suplicarle a mi oncólogo así como mi ginecólogo y obstetra, para poder salir de viaje. Las alturas podrían ser sumamente riesgosas. Pero ¿Qué más daba? ¡Quizá fuera mi último viaje! Necesitaba ver a mi familia.
En el avión privado Matías se mostraba lejano, mirando por la ventanilla, sumido en sus pensamientos. Tomé su mano para llamar su atención, cuando me miró sonreí dándole un pequeño apretón, dándole ánimos. Devolvió el gesto y luego se llevó el dorso a su boca.
-Te amo –soltó sin más. Suspiré y asentí.
-Lo sé, también te amo.
-¿Te sientes bien? ¿Duele algo?
-Estoy bien, cariño. Gracias. Disfruta del viaje –Asintió poco convencido y volvió a perder sus ojos en las nubes que nos rodeaba.
Estaríamos dos semanas en Morrocoy y luego regresaríamos a Canadá, mi parto podía acercarse para esas fechas. La familia vendría con nosotros a Canadá.
Estaba muy emocionada de verlos. Ya mi prima había dado a luz hace cuatro meses y vería por fin a mi sobrinito en persona. Había visto muchas fotografías, pero quería tenerlo en mis brazos, dejar la huella, aunque no me recordase cuando crezca, de que estuve allí. Consintiéndolo.
Aterrizamos y Matías me tomó con la ternura con que siempre me trataba, para guiarme hacia el auto en el caluroso clima de mi tierra.
-Sí te sientes mal, no olvides decírmelo.
-No lo olvidaré –anuncié asintiendo. Besó mi mejilla y continuó caminando.
Fue él mismo quien decidió conducir el auto. Me senté a su lado en el asiento del copiloto y pronto nos dirigimos a la casa de la playa, un par de horas después. Durante el trayecto me dispuse a sacar a colación un tema que tenía tiempo rondando en mi cabeza.
-¿Estarás bien cuidando tu hija solo? –Su mandíbula se tensó al igual que su cuerpo. No apartó la vista de la carretera.
-No lo sé...
-Tienes que conocer a alguien más... –Ladeó su rostro por segundos y me fulminó antes de volver la vista al frente.
-No quiero oírte.
-Te estás comportando como un niño –Acusé.
-¿Cómo quieres que piense estar con alguien más, Rebeca? –Habló con dureza, pero sin alzar la voz- ¿Cómo puedes si quiera pensarlo? Sabes muy bien que me ha costado enamorarme, encontrar a alguien que me enamorara en la vida. Y sólo lo has hecho tú, he conocido a las mujeres suficiente como para elegir de cualquier gamma y solo me has enamorado tú ¿No lo entiendes? No estaré con alguien más, Rebeca. Me entregué a ti y te amaré hasta la muerte.
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Mundos Adversos
RomanceRebeca, una chica Venezolana que huye a la edad de veinte años de su país, por causa de la enfermedad de su madre, en busca de una mejora económica que la ayude a salvarla. Por desgracia, la vida le quitó a esa bella mujer que la crió, dejándola com...