Capítulo 8- Es un trato.

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Me sentí un poco mal al decirle a Matías que nuestro acostón no había cambiado nada ¡Pero era la verdad! No quería tomar formalidades con un hombre controlador y posesivo como él. Ahora no podía negar que me atraía físicamente y que aquél acto de sexo lujurioso no había causado nada, era falso, me había encantado. Pero de una manera u otra debía dejarle en claro que no tenía derecho de mandar sobre mí.

Llegué a la oficina y enseguida al saber de mi presencia, me telefoneo por la línea directa.

-Buenos días Señor–saludé con formalidad a mi amado jefecito <nótese el sarcasmo>.

-Bueno días Rebeca, cierra la puerta. Hay algo que quiero hablar contigo –Tranqué la puerta y me senté frente a él en la silla metálica frente a su escritorio. Este me miró a los ojos y comenzó, con su voz fría y calculadora de siempre, a decir:

-Lo que sucedió anoche, volverá a suceder. Podría ser ahora mismo si me apetece.

-¿Cuándo me volví su esclava sexual? –zanjé cruzándome de brazos -No recuerdo haber firmado un contrato -termine con mi tono más sarcástico.

-Es por el bien de ambos.

-¿Ah sí? –ironicé, comenzando a sentir el picor de molestia alojarse en mi cuerpo ¡Será creído!

-Sí. Es más que evidente que sentimos atracción física. Tú me molestas pero te deseo y yo te molesto pero me deseas ¿Qué más perfecto que descargar nuestra ira con sexo?

Lo mire en silencio con el sarcasmo alojado en mis fracciones. Él me miraba inexpresivo, hablando totalmente en serio.

-¿Quién le ha dicho que yo necesito descargarme con sexo?

-Anoche me lo has dejado muy claro. Cuando abriste tus piernas para mí y estabas completamente lista para recibirme –de inmediato, los colores se alojaron en mis mejillas.

-Anoche solo fue un arranque...

-¿Un arranque? –enarcó una ceja.

-Así es, además ¿Cómo se supone que hagamos una cosa así? ¡Trabajamos juntos!

-Nadie tiene por qué enterarse.

-No lo haré –me levanté y dispuse a salir, pero él me detuvo viniendo detrás de mí de inmediato.

-Escucha, es una locura. Pero sólo será sexo. Tú con tu vida, yo con la mía. Solo sexo.

-¿A caso has visto amigos con derecho por la televisión anoche? ¿Y ahora te ha dado por hacerlo? -solte con sorna.

-No creo en la amistad con derecho. No tendremos una amistad, solo sexo. Punto. Del resto, yo tu jefe, tú mi empleada.

-¿Y me viste la cara de prostituta? –lo empujé por el pecho para alejarlo de mí, a penas retrocedió un paso. Resopló frustrado y continuó con su habladuría de tonterías.

-¡No te estoy pagando por sexo, Rebeca, por Dios! Solo responde ¿Quieres o no? Lo que sucedió anoche me ha dejado con ganas de más. No quiero acosarte ni nada por el estilo. Solo quiero que estés dispuesta a hacerlo ¿Te parece?

-Si hacemos esto –dije sopesando la idea- ¿Sólo será sexo? ¿Nada de entrometerte más en mi vida? Sin espiarme, preguntarme sobre novios ¿Nada?

-Sí –respondió firmemente, pero pude ver un extraño ensombrecimiento en su rostro. Torcí el gesto sintiendo el corazón acelerado ¿De verdad quería hacer esto? ¡A la mierda la moral! ¡La vida era corta y había que disfrutarla! ¿No?

-Bien, acepto. Pero solo será eso, sexo ¿Entendido?

-Sí. Esta noche, en mi casa –asentí asustada por lo que acababa de aceptar y finalmente me retiré. Sintiendo mucho calor, me senté en mi silla ¡Oh Dios! ¡Qué nervios! ¿Me había vuelto loca? ¿Por qué acepté aquello?

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