9.

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Dos y cuarto de la mañana, me llegó su mensaje y dejé en la mesa del comedor, la notita que había escrito para mamá. Ella no solía levantarse hasta las siete, pero por si Ivan o incluso mi papá se despertaba y no me veía, ya tenían por sentado que me había ido a la casa de Guada, lo cual era peligroso si algo me pasaba con Lyan y yo no estaba ahí, pero iba a tomar el riesgo y por eso salí y caminé hasta su auto.

—Tenés que hacerme una promesa.

— ¿Cuál?

—Nada de lo que pase te va a asustar demasiado.

— ¿Es... muy peligroso?

—No, pero tiene diferencia con las películas, esto es real.

— ¿Puedo morir? —pregunté horrorizada y él se rió acariciándome la pierna desnuda, pero no me tranquilizaba para el tipo de nota que le había dejado a mi familia.

—Nada te va a pasar mientras estés conmigo Catita, ya te lo dije.

—Eso no me asegura nada.

— Dijiste que no tenías miedo.

—De vos, no de lo que me hagas hacer. —le dije pero ya no estaba tan segura de eso, podía arrepentirme de mis palabras y tenerle miedo al mundo que estúpidamente quería conocer. Se rió y arrancó siguiendo por la misma calle, hasta el fondo de la misma hasta entrar a la villa, donde recorrió las calles de tierra hasta el camino que parecía ser del descampado, sin embargo antes de llegar a él, paró el auto frente a una casucha bastante grande y sombría, de por sí era la madrugada y si bien se veía a la juventud en las esquinas, nadie parecía demasiado peligroso al lado de Lyan.

Respiré hondo antes de bajar, esperé a que él lo hiciera y lo observé abrir la puerta trasera, agarró un bolso y me miró desde atrás expectante, por lo que me desabroché el cinturón y bajé para encontrármelo del otro lado. Sonrió al mirarme, como siempre haciéndome sentir que se burlaba de mi miedo, pero tomando valor después de que se colgó el bolso en el hombro, acepté su mano para entrar a la casucha.

A simple vista era una casa normal, no tenía vecinos hasta dos terrenos y se podía observar el descampado por detrás, tenía ese ambiente particular de las películas pero no dejaba de ser la villa de mi ciudad, donde la gente en general, marginada, vivía precariamente. Noté esas características porque la luz estaba colgando de un cable en la puerta, dicha puerta era de chapa y el ruido que hizo al abrirse, me dio escalofríos. El olor que emanó el lugar fue un poco repugnante, entre la húmeda de las paredes de cartón y el suelo de piedras de cemento como si un gato hubiese hecho pis, me revolvió el estomago. Era un pasillo hasta llegar a lo que parecía un comedor y el olor a humo de cigarrillo de todo tipo tapó apenas el que caracterizaba a la casa precaria. Dudaba que viviera una familia, de lo contrario no sé qué tipo de irresponsable dejaría que tantos hombres estuviesen hasta la hora que era de la madrugada, escuchando cumbia, tomando cerveza, fumando de todo y jugando al truco.

Uno de los hombres se percató de nuestra presencia y se acercó para ofrecerle la mano a Lyan, me la soltó para aceptarla y no escuché lo que se dijeron hasta que apagaron la fuerte música cuando todos en la mesa, se dieron cuenta que habíamos llegado. Al menos eran cinco hombres, todos mayores a cuarenta años, si era menos lamentaba que la droga en ellos causara el efecto contrario.

—Al fin viniste nene, te haces rogar eh.

—Lo bueno se hace esperar, dicen.

— ¿Y la señorita es? —preguntó uno de los señores y Lyan me rodeó la cintura para acercarme a su cuerpo, sentí algo en su cintura que me hizo tensar y al comprobar que era un arma, me quedé sin aire.

Un cambio al Mal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora