23.

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El auto que me encegueció con la luz delantera y se puso frente a mí para estacionarse, no fue el de Lyan, éste era bordo y no era de los nuevos, normalmente veía ese tipo de autos en remiserias y tenía una leve esperanza de que no se rompieran en el viaje que decidía pagar. En cuanto las luces se apagaron, identifiqué a su conductor y el aire volvió a recorrer mi sistema, bajé la tensión de los hombros y el estomago se me alivió un poco menos. Diego levantó su mano en saludo y aunque me pareció extraño que fuera él quien remplazara al jefe mayor, me hacía sentir un poco más segura porque al menos lo conocía.

—Pensé que ya no ibas a trabajar más para él.

—Ojalá, pero no, los Olivera son masoquistas. —dijo bajándose del auto para acercarse a saludarme. —más inteligente que todas sus rubias sos, pero pensé que dabas para más.

— ¿Por qué?

—Sos una boluda si te metes en esto, si querés un consejo, salí antes de que sea tarde.

—No estoy trabajando para Lyan, es un temita personal pero no te preocupes, no me tengo que escapar de nada. ¿Te mandó él?

—Sí, y lo que me mandó también no me hace creer que no trabajas para él.

—Va a ser pan comido, te lo prometo. —le aseguré y abrí la puerta de su auto para agarrar el bolso que tenía más de lo que esperaba entregar.

Fue un alivio que ni Guada ni Amadeo estuvieran conmigo porque se hubiesen vuelto locos al ver la realidad que se ocultaba detrás del tráfico de drogas. Las películas no eran nada a comparación de la realidad, lograban el mismo miedo pero había una cosa que se debía tener en claro cuando se pasaba a lo tangible, y era ser capaz de dominar ese miedo porque en la primera infracción, podías ser presa fácil.

Luché conmigo misma la hora y media que estuve ahí, con toda la seguridad que yo podía hacerlo, no me temblaba la mano para exigir, y recordar con exactitud lo que Lyan me había enseñado haciéndolo él. Personalmente me gustaba eso suyo y tuve mi tiempo de admirarlo y aprender, por lo que era mi momento de explayar lo que había adquirido y me sentí muy confiada desde la primera persona que vino a mí, hasta la última por fuerza mayor, el bolso se vació de droga pero se llenó de plata. Obviamente tuve los nervios en el estomago todo el tiempo, pero me sentí satisfecha cuando la chica que había irrumpido a mi casa compró todo lo que quedaba, no era poco y que haya puesto un billete encima del otro por todo me pareció absurdo cuando podría hacer lo mismo con Lyan y evitar una deuda. A Diego le pareció igual de extraño pero fui yo quien le advertí de su futuro si no llegaba a cumplir lo acordado, dudaba que se lo contara a Lyan pero era una buena forma de que no perdieran esa credibilidad, la droga seguía siendo de los Olivera y yo me animaba a defenderla si tenía que ser así.


— ¿Tenés idea de dónde está Lyan?

—No pero yo lo llevo, no te preocupes.

— ¿Llevarte qué? —pregunté y me indicó el bolso, arrancó el auto y lo miré un poco confundida. — ¿Lyan te dijo que lo llevaras?

—No, pero estuve a cargo así que lo hago pasar por mi nombre.

—No estás entendiendo me parece, esto me lo tengo que quedar, Lyan y yo lo arreglamos después, pero vos no estás a cargo de esta entrega, no te dijo nada más que me lo traigas, ¿no?

—Sí pero...

— ¿Podés ubicármelo? Necesito hablar con él y no lo puedo llamar.

—Sí nadie lo puede llamar, no creo que pueda verte ahora, lo vi sólo dos segundos y parecía irse tarde, así que seguro está ocupado... a ver esperá. —dijo volviendo a estacionar el auto antes de salir del estacionamiento del mercado. Sacó su celular y llamó a alguien, esperé a que lo atendieran para escuchar en el silencio, lo que la otra voz le decía. — ¿Boris, sabes algo de Lyan?

Un cambio al Mal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora