¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
05 de enero, 2018
— ¡Oye, tú! —grito. Finjo entusiasmo al verlo y como estoy dejando un poco mi dignidad de lado, abro mis brazos para envolverlos en su cintura para dar con un abrazo.
Él ríe ante mi demostración de afecto y me envuelve en sus brazos. Apoya su frente en mi cabeza inclinándose solo un par de centímetros, pues yo soy alta y él solo un poco más.
—Eres lo mejor que me pasó este año, linda —admite. Levanto mi cabeza para observarlo y dar con la imagen que me está viendo con esa sonrisa que le caracteriza.
Observo como en sus ojos existe ese amago de esperanza a que yo le responda lo mismo, pero, para su mala suerte soy Leslie.
—No me digas linda —le riño e intento sonar severa.
— ¿Por qué? —ambos caminamos hacia la sala de estar de su casa, un lugar donde se encuentra un hermoso televisor pantalla plana, perfecto para ver películas— Si eres linda, hermosa, bellísima...
—Cállate.
—Una diosa. —termina diciendo.
Ambos nos acomodamos en el sofá, él se encuentra muy, pero muy, cerca de mí.
—Dios, quiero vomitar —en serio que sus cursilerías me empalagan y me dan nauseas.
— ¿Quieres vomitar? —Pregunta asombrado, incluso sus ojos se abren con sorpresa— ¿Estás mareada? Puedes estar embarazada —anuncia algo dudoso—, pero espera, tú y yo no hemos hecho...
—Es el Espíritu Santo, obvio —respondo, irónica.
Me estoy aguantando la risa para seguirle el juego.
— ¿Qué? —sus ojos se abren más de lo normal. Me quedo unos segundos extras con la vista fija en sus ojos. En serio, son de un color muy bonito, casi llegando al verde.
—Tú sabes, fui elegida por Dios para traer al mundo a su hijo.
— ¡No! —Exclama, interrumpiendo mis divagaciones— El único hijo que deberías tener debe ser el nuestro. Asio.
Ay, pobre niño.
—No vamos a tener hijos y menos con ese nombre. —afirmo. Me cruzo de brazos e intento mirarlo de la forma más seria posible.
Rueda los ojos y resopla como un niño pequeño. Me causa risa su expresión, pero sigo manteniendo mi gesto serio.
Volver a nuestras bromas me da mucha más tranquilidad. Ya no parece perdido ni inundado en sus pensamientos. Ahora es el mismo Zack que hace unos meses conocí en una cafetería.
—Aburrida.
—Ay, Zachary —le doy palmaditas en el hombro como consolándolo—. Por favor, si llegas a tener hijos no le pongas ese nombre.