XIX: Viktor, ¿una fiesta?

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Yuuri.

—¡Yuuri, Viktor! ¿Qué demonios es esto?

—S—Señor Vladimir —balbuceé, empujando a Vitya de inmediato para que dejara de besarme.

—No puedo creerlo, te has aprovechado de mi hijo —reclamó con lágrimas en los ojos; lágrimas que me dolían porque era cierto lo que decía.

—Amo a Yuuri y me casaré con él —dijo el menor de los tres, enfureciendo más a su papá—. Tú no vas a prohibirme que esté con Yuuri porque nosotros nos amamos.

—¿Amor? Tú eres un mocoso de dieciséis años y él es un universitario, ¿sabes la enorme diferencia de edad que los separan?

—No me importa, yo lo amo —respondió con toda la seguridad del mundo, la que yo no tenía por estar temblando como una maldita gelatina—. Él y yo tendremos un hijo.

—¿Un hijo? —repliqué, sintiendo que una roca me aplastaba de golpe y el mundo colapsaba delante e mí—. Soy un hombre, no podría tener un hijo.

—¿Recuerdas que eyaculé en tu interior?

—Oh, sí —asentí con la cabeza—, pero eso no quiere decir que estoy embarazado.

—¿No seré abuelo? —preguntó un Vladimir desanimado.

—¡Alto! —vociferé, cerrando los ojos para concentrarme—. Un hijo, un embarazo y... ¡esto es un sueño!

Entonces desperté en el frío suelo de mi habitación con un charco de saliva y una almohada entre mis piernas. Sí... una almohada entre mis piernas. ¿Cómo llegó ahí? La verdad no lo sé, supongo que la jalé pensando que era Vitya.

—Me la creí —murmullé, exhalando una bocanada de aire.

Lo único que puedo sentir ahora es alivio, terror y pánico. Alivio porque soñaba, terror porque no estaba alejado de la realidad y pánico porque no me imaginaba a un hombre con una panza de nueve meses. ¡Viktor me atormenta incluso si no está conmigo! Ese niño es el demonio disfrazado de un seductor joven.

—Yuuri —canturreó fuera de mi recámara y tontamente pensé que era mi imaginación, pero no, alguien azotó la puerta—. Yuuri, ¿qué hay de...? ¡Santos Shuuris, ¿me esperabas para tener sexo?!

—No —negué con un prolongado suspiro, dejando que diez años de mi vida humana se desvanecieran—. ¿Por qué tienes llaves de mi departamento?

—Le saqué copia hace una semana porque es el departamento de mi novio —explicó y no me convenció con ninguna palabra.

—No es una excusa que justifique tu invasión a mi privacidad —refunfuñé, reincorporándome del suelo con la almohada—. ¿Qué hora es?

—Las nueve de la mañana —anunció, caminando directo a mi cama, en la cual se lanzó de espaldas—. ¿Siempre duermes ahí?

—Creo que me caí en la madrugada —declaré con un bostezo y tallé mis ojos—. ¿Vienes a desayunar?

—Sí —aseveró sin una pizca de vergüenza por exigirme comida—. Papá se encerró en su laboratorio a experimentar con la sustancia que bebí.

—¿Te sientes solo? —cuestioné, observando de reojo su rostro lleno de tristeza—. Deberías hacerle saber tus sentimientos.

—Tengo a Yuuri, no estoy solo —afirmó con una sonrisa, de ésas que no me gustaban porque eran falsas—. Oye, en la noche me invitaron a una fiesta, ¿quieres acompañarme?

Mi niñeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora