Yuuri.
La muerte de la madre de Viktor había afectado emocionalmente a mi querido niño, pero también había traído alegrías a la casa. Ahora, él acostumbraba a despertar temprano y asomarse en el ventanal del comedor para ver las mariposas que volaban en lo alto de los cielos. Makkachin lo acompañaba y, como si supiera, se sentaba junto a Vitya y no se movía de ahí hasta que yo los llamaba a desayunar.
Makkachin era un caniche de dos meses de edad, parecido a una bolita de pelos afelpada que se arrimaba con Vitya cuando tenía la oportunidad de que su amo lo mimara. Sí, ese perro recibía mucho amor del menor de la casa y de mí. ¿Cómo no amarlo? Makkachin es tierno, cariñoso y muy protector.
—¡Yuuri! —gritó una voz desconocida para mis oídos, seguido de un ladrido.
Corrí de inmediato rumbo a su habitación, sin embargo, recordé esa ocasión en la que él se dirigió a mí con ese nombre. Yo soy su Shuuri, no Yuuri. Vitya no tiene cinco años, es un hombre mayor.
—¡Yuuri! —repitió más alto.
—V—Valentía —balbuceé, animándome para girar la manija de la puerta—. ¿Qué pasa, Viktor?
—¡Santos Yuuris! ¿Por qué tardaste? —cuestionó, recriminándome al bajar de la cama.
Sí, ése no es mi Vitya, él es... ¿Quién demonios es? Bueno, un tipo de 1.85m, piel blanca, ojos azules, cuerpo de dios griego, nalgas de oro; semental que no deja ir a una presa libre. ¿Absurdo? Pues sí, también es absurdo que un único ser humano posea tanta belleza en el rostro y que sea perfecto de pies a cabeza.
—¿Debo preguntar quién eres? —interrogué sin apartarme de la entrada.
—No, espera, ¿por qué me preguntas eso? ¡Soy tu Vitya! —exclamó con una enorme sonrisa en sus labios rosados—. Ah, pero dime, ¿me golpeé o algo así? No recuerdo que mi ropa me quedara tan chica ni que tuviera un perro.
—¿Qué? —murmuré sin comprender ni una mínima palabra—. ¿Por qué no estoy entendiendo nada de lo que hablas? No creo ser un estúpido y tampoco me congelaron diez años para que tú crecieras y te convirtieras en este ejemplar de hombre.
—¿Me estás diciendo guapo? —inquirió travieso, acercándose lentamente hacia mí—. Me gusta que Yuuri note cuán atractivo soy.
—Proclamo este minuto como el minuto de la ignorancia —respondí suspirando—. Me siento mal porque tú eres un niño y yo soy el adulto, pero no sé qué carajos...
—Guarda silencio, Yuuri —susurró, interrumpiendo mi discurso—. Es increíble que hayas olvidado que somos novios.
—¿Novios? —repliqué angustiado—. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué soy novio de una persona que me odiaba?
—Eso fue cuando tenía quince años, Yuuri, ahora tengo veinte y estamos comprometidos —confesó, dejando caer un peso sobre mis hombros.
—¿Comprometidos? —titubeé riendo nervioso—. No, yo estoy comprometido al cuidarte a ti porque eres un niño.
—Yuuri, fuiste mi niñera, pero es historia del pasado —contestó frunciendo una ceja—. ¿Estás bromeando conmigo?
—Ojalá —mascullé—. Ojalá sea una broma o una maldita pesadilla porque juro que quiero desmayarme.
—Desmáyate, yo te atraparé —expresó, haciendo de sus brazos una cárcel para retenerme contra la puerta—. Yuuri, te amo.
¡Espera, espera! ¡Ya sé que me amas, pero prefiero que me lo diga el Vitya de cinco años! Cuando Viktor, que está a punto de ser nombrado la octava maravilla del mundo por ser tan hermoso, me habla para hacerme ese tipo de confesión, mi corazón palpita más rápido. El señor Vladimir no me advirtió de este desastre, mucho menos me dijo que iba a tener que cambiar de pañales a condones.
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Mi niñera
Fiksi PenggemarYuuri Katsuki, un joven universitario de 22 años y Viktor Nikiforov, un adolescente de 15 años; ambos con personalidades opuestas. La vida de estos chicos se entrelaza cuando un inesperado accidente transforma a Yuuri en la niñera de un pequeño Vity...