Extra 2: Somos 5

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Yuuri.

Dos años después de la boda.

Siempre lo supe: él iba a ser el mejor padre del mundo. Él iba a ser cariñoso, celoso, insoportablemente adorable y feliz. Sería muy dichoso, y me agradecería a mí por hacerlo un hombre más maduro, capaz de enfrentar cualquier obstáculo, incluyendo la crianza de un nuevo integrante en la familia.

No recuerdo cuándo fue el día en el cual desperté a las tres de la mañana por culpa de un sueño. Vi a Viktor cargando un hermoso bebé de ojos azules y cabellos platinados que me sonreía, demostrando sus encías sin dientes. Había sido una escena conmovedora y por eso me levanté, porque no era real y quería que lo fuera.

Esa noche lloré en el baño y Vitya me consoló al darse cuenta de que yo no estaba en la cama. Pensé: yo no puedo embarazarme, y me llené de inseguridades. Me había casado con alguien por amor, pero este amor destruiría su futuro y su vida. A pesar de que él repitiera hasta el cansancio que estaríamos bien sin niños, sabía que era mentira.

Fui testigo de cómo consentía a su hermano. Luka era su adoración y lo mimaba más que Vladimir. ¿En qué momento arruiné a Viktor? ¿Por qué no lo dejé cuando tuve la oportunidad de terminar nuestra relación? Ya no éramos novios, ¡somos esposos! No sería fácil irme sin una despedida, primero debía divorciarme y él iba a sufrir.

Y entonces, me derrumbé, y Vitya me salvó.

—¿Acaso este viejo se largó? ¡Hoy le dije que vendría! —exclamó, oprimiendo por enésima vez el timbre del departamento—. ¡Viejo, tumbaré...!

—¡Escandaloso! —gritaron del otro lado antes de que Luka abriera la puerta y asomara su melena revoloteada—. Hermano, ¿sabes qué hora es?

—¿Hora de Aventura? ¡No! —negó, abalanzándose sobre su pequeño hermanito que crecía un centímetro cada día... o al menos así lo veía—. Deberías haberme preparado el desayuno. Estuve dos años fuera del país —refunfuñó, comenzando a caminar sin detenerse hasta llegar a la sala—. No has contemplado mi perfecto rostro en doce meses. ¡Yo habría enloquecido!

—Sí, ahí está la diva —siseé, ingresando con paso lento porque en la mano derecha cargaba el corazón de mi esposo y el mío—. Gracias por ayudarme, cariño.

—Shuuri es fuerte —aseveró, depositando a Luka en el suelo—. Anda, travieso, ve por los abuelos.

—¿Abuelos? —repitió, enarcando una ceja con curiosidad—. ¿Por qué?

—Lo sabrás pronto si te apresuras a traer a los vejestorios —sentenció, encendiendo en su hermano el deseo de averiguar qué tramaba—. ¡Santos Shuuris, papá cambió los muebles! Eran las reliquias de nuestra primera vez. ¡Te quité la virg...!

—¡Viktor! —bramé, arrepintiéndome por mi estúpida reacción. Gracias a mi grito, la niña ahora lloraba.

—Oh, nuestra florecita colorida se ha animado —canturreó, avecinándose al portabebés. Sus ojos centelleaban, brillando con una luz especial, y sus pestañas enmarcaban las ventanas de su alma. Él expresaba sus emociones tan honestamente, desencadenando en mí una serie de sensaciones sin explicación—. Yuuri, el arcoíris ha salido —murmuró, sosteniendo en sus brazos a Irisa.

Irisa es el nombre de nuestra hija; una niña de rizos dorados y mirada angelical, tez pálida y largas pestañas que me recuerdan a Viktor. En un accidente, ella fue la única en sobrevivir con cuatro semanas de nacida. Más tarde, ese arcoíris iluminó nuestras vidas y nos convirtió en padres.

Mi niñeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora