XXV: Culpable

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¿Cloro y pañuelos listos?

Yuuri.

—No me interesa que Yuuri sea mayor, lo amo, y no vas a cambiar mis sentimientos ni en un millón de años.

Quería que fuera una pesadilla, pero la realidad era ésta y Viktor se enfrentaba con su padre. Por mí, él está ahí, firme en su palabra y convencido de que nadie va a separarnos. Él no piensa dejarme y nos defiende mientras yo estoy callado y sin poder decir lo que siento.

¿Qué siento? Es una pregunta tan estúpida y obvia, pero aun así temo a responderla porque sé que tengo miedo. Yo no puedo ser como Vitya, yo no puedo pararme delante de Vladimir para decirle que amo a su hijo, un chico de dieciséis años. No puedo decirle que no quiero que me aleje de ese niño.

—No digas tonterías —bufó el señor Nikiforov—. A tu edad, el amor está disfrazado de deseo y lujuria, y eso hace que los adultos se aprovechen de ti.

—¡Mentira! —gritó, asustándome por la manera tan varonil en la que se comportaba—. No trates de lavarme el cerebro. Yo no soy un idiota para no saber lo que es el amor.

—Vitya —balbuceé, sujetándolo del hombro derecho.

—No toques a mi hijo —ordenó con una voz llena de odio y resentimiento. Me hizo temblar y retroceder con solo una mirada—. No vuelvas a tocar a mi hijo.

—El único que ha estado detrás de Yuuri soy yo —reveló, conmocionando más a su padre, e incluso a mí—. Yo me enamoré de él y fui el primero en tocarlo. Yuuri no quiso corresponderme por la diferencia de edad, así que no lo culpes.

—¿El primero en tocarlo? —replicó y dirigió su vista sobre mí. Su expresión me demostraba cuán confundido y furioso estaba—. ¿Estás diciéndome que ustedes dos han tenido relaciones sexuales?

Tragué saliva y entreabrí la boca queriendo hablar, pero ni un maldito sonido salió de mi garganta. Viktor estaba mudo, probablemente porque no sabía cómo explicar sus pensamientos y emociones, y porque acababa de arruinar más nuestra situación.

—Por Dios —masculló y, con sus manos, jaló sus cabellos—. ¿Cómo no me di cuenta? Era tan lógico. Lo tenías a tu disposición en el edificio y dormías con él—. Suspiró agachando la cabeza—. Todo este tiempo me han engañado. Sí, claro, un vecino no te cocina cuando se te plazca ni te recibe en su casa a altas horas de la noche, tampoco te acompaña a fiestas ni te regala un perro.

—Makkachin llegó antes de que nosotros nos hiciéramos novios —corrigió Vitya, ahora más tranquilo—. Sabía que no ibas a entenderlo.

—Por supuesto que no —gruñó, fulminándonos con esos ojos turbados por el enojo y la frustración—. Ustedes no estarán juntos, ya no más.

—No me vas a obligar a...

—Lo haré —aseveró, interrumpiendo la negativa de Viktor—. Soy tu padre y velo por ti. Tú eres mi hijo y me obedeces.

—¿Sí? Te preocupas por mí, pero no dudabas al dejarme con niñeras cuando más te necesité —murmuró, quebrándose en el último segundo debido a las lágrimas—. No eres un padre ejemplar, por lo tanto, yo no seré el hijo ejemplar que esperas.

—No me retes, Viktor Nikiforov —advirtió, caminando hacia nosotros para terminar de acortar la distancia.

—Y tú no intentes ser el padre que nunca fuiste —declaró, y sé que le dolía decirlo. Él no es un niño grosero, pero ocultó muy bien sus reproches por años—. Mamá lloraba porque tú nos abandonabas y te largabas por semanas. No te importábamos y mamá se deprimía, por eso chocó en el auto.

Mi niñeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora