XXXVIII: Comenzó la guerra

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¿Extrañaron a Vitya y Shuuri? ¡Están de regreso! Disfruten de estos traviesos... 

Yuuri.

—¿Puedo hacer una pregunta?

—La estás haciendo —mencioné, cerrando el libro que leía antes de que Phichit decidiera hablar a mitad de la noche.

—¿Tú y ese niño son más que amigos? —cuestionó sin observarme, pues estaba acostado en un colchón inflable y sólo la luz de la lámpara alumbraba la habitación—. Es decir, es que parecen muy íntimos y él te cela.

—Soy su niñera —respondí, apagando el interruptor para que la recámara quedara en completa oscuridad—. Viktor es un chico caprichoso y mimado, pero tiene cualidades envidiables.

—Está bien si no quieres decírmelo —argumentó, tal vez desilusionado porque no confié en él—. Entiendo que deseas guardarlo como un secreto porque ese niño es una estrella en ascenso y tú un simple empleado. Arruinarías su reputación y fama con una relación homosexual.

—No es lo que Viktor piensa —contradije, inesperadamente enfadado por sus palabras—. Jamás se avergonzaría de mí.

—Oh, entonces son novios —aseveró, riendo al segundo siguiente. ¡Me acababa de descubrir! —No te alteres, estoy más preocupado por mis seguidores de Instagram, que por enamorar al novio de un tipo guapo, nalgón, sabroso y apetecible. Ni creas que he puesto mis ojos encima de un ilegal —puntualizó, resaltando la última frase con una voz exagerada y nada creíble—. Ah, ¡vamos! ¿Te comes todo eso?

—Es al revés —murmuré casi en un cuchicheo. Es vergonzoso que un compañero sepa que soy la pasiva de un hombre menor—. ¡Ya duérmete!

—¡Ay, Dios mío! —exclamó carcajeando. Y como si hubiera activado el botón del peligro, Phichit pegó un salto hacia mi cama—. Cuéntamelo, ¿es verdad que los ilegales son tremendos a la hora del sexo?

—¡No quiero hablar de mi amorío! —negué, cubriéndome hasta la cabeza con la frazada que tenía—. Es humillante y... ¡no te lo diré!

—¡Yuuri! —llamó desesperado por mi atención, pero no, este nene ya iba a dormir y sería una tumba—. Yuuri, si no me dices, haré que tu nalgón esté más celoso.

—¿Lo haces a propósito? —inquirí, destapándome para fulminarlo con mi poderosa mirada; ésa que congela hasta al animal más grande, como cuando una madre ve a su hijo y lo amenaza sin abrir la boca... No, no tan dañino ni traumático.

—No, no, no —bufó, haciéndose el inocente—, bueno... sí —corrigió, agachando la cabeza—. Mi excusa es que, luce adorable enfadado.

—Ni te atrevas a enamorarte de Viktor Nikiforov —sentencié, terminando la conversación con mi nuevo problema.

-n-

—Shuuri, es un día maravilloso —canturreó mi lindo novio al ingresar a mi departamento con las llaves que, sin permiso, había duplicado. Así de lindo es—. Traje el desayuno, te tengo una noticia y compré una trampa para ratones porque por ahí anda suelto uno muy feo.

Suspiré una vez más y le di la vuelta al sándwich que hace cinco minutos había preparado. No es fin de semana, no tenemos una cita y no lo invité tan temprano. Él necesita ir a clases, pero vino aquí por culpa de sus celos.

—Shuuri, ¿qué haces? —preguntó mientras entraba a la cocina con unas bolsas en manos y su mochila azul colgada en su espalda.

—¿Tú qué haces? Debes estar en la escuela —enfaticé, agarrando un plato del escurridor de trastes—. Y no hay ratones, Vitya.

Mi niñeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora