XXXI: Revelaciones

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Yuuri.

Mamá se sentó en el borde de la cama mientras yo me paraba delante de ella con los brazos cruzados en el pecho y la mirada perdida en el techo. Sabía que debíamos tener esta conversación, pero era difícil. Aún es difícil.

—Es menor de edad, ¿estás consciente de eso?

—S—Sí —balbuceé, soltando una bocanada de aire. Mi corazón palpitaba desenfrenado y el sudor resbalaba en mi frente—. Estoy consciente de su edad y de la mía.

—Ustedes... —murmuró, interrumpiéndose a sí misma para pensarlo un poco más—. ¿Ustedes ya han tenido...? Ya sabes, Yuuri, ¿ustedes han cruzado la línea?

—S—Sí —tartamudeé, sintiendo cómo el calor invadía mis mejillas hasta colorearlas en un intenso rojo; el color de la vergüenza.

—¿El padre de Viktor lo sabe? —cuestionó con algo de asombro. Más que asombro, parecía estar aceptando la información y el hecho de que su hijo estuviera involucrado con un joven de diecisiete años.

—Sí —afirmé, mordisqueándome el labio inferior. ¡En momentos así sólo quiero desaparecer o que la tierra me trague!

¿Cómo es posible que Vitya sea más valiente que yo? Él lo dijo sin rodeos. A pesar de su nerviosismo y de no saber la manera en que ellos iban a reaccionar, pidió permiso para estar conmigo. ¡Lo pidió porque me ama! Yo también necesito demostrar que lo amo y estoy dispuesto a luchar por nuestra relación.

¡Vamos, Yuuri Katsuki!

—¿Podrías explicármelo? Quiero saber cómo te enamoraste de ese niño tan adorable —canturreó con una voz tranquilizadora. Una voz que me daba confianza para continuar y decirle que ese niño era la luz de mi vida.

Mamá y yo nos quedamos en mi habitación platicando de ese chico de cabellos platinados que amaba. Le confesé mis miedos; mi temor a separarme de él y mi obsesión por protegerlo, porque no deseo que nadie lo lastime, porque Viktor se ha convertido en la persona más importante.

Ella entendió mis sentimientos y me abrazó. Me mostró una hermosa sonrisa, recordándome por qué estoy orgulloso de tenerla y por qué es la mujer más valiosa del mundo. Claro, cada hijo piensa que su madre es la mejor y ninguna otra podrá ganarle.

—El señor Vladimir ha cuidado de Viktor como cualquier padre lo haría —respondió, ahora recostada a mi lado en la oscuridad de la recámara—. Yo no iré en contra de sus principios y creo que pintar un límite es su forma de manifestar cuánto ama a su hijo.

—Lo sé, por eso he respetado sus reglas —musité, casi inseguro de lo que yo decía. ¿Respetarlo? Considero que fallé una vez y no me gusta, pero lo ansiaba igual que Vitya—. Bueno, he intentado.

—¡Yuuri! —vociferó, reprendiéndome por corregir mis palabras—. ¿Has desobedecido las reglas?

—Mamá, ¡es que Vitya es un depredador! —exclamé, cubriéndome el rostro con ambas manos. Reí al imaginarlo carcajeándose de mí o de mi estúpida inocencia—. Sus hormonas lo tienen alborotado.

—Tu padre era así —comentó, girándose para darme la espalda y que no la viera al decir semejante confesión.

—¿Papá? —repliqué, entreabriendo la boca a causa de la conmoción. Era como si mi cerebro hubiera sido apuñalado, ¡y por mi madre! —¿Así de caliente? Digo, ¿así de lascivo, lujurioso y que quería hacerlo en todos los lugares? ¡No! —negué, jalándome de los pelos por ser tan directo—. No es que mi papá...

Mi niñeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora