XIII: Viktor, te odio y me gustas

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¿Preparada/o para la desgracia? 

No es cierto, sigue leyendo... 

Nota: pese a que he manejado a Vitya con una edad de 15 años, en realidad ya tiene 16. Eso será explicado más adelante. 

Yuuri.

—E—Espera —balbuceé, empujándolo con mis manos al notar que ya estaba recostado en el mueble.

¿Cómo maldita sea este tipo se movió así de rápido? ¿No estábamos en la cocina? ¿Cómo llegamos al sofá?

—Esperé mucho tiempo, Yuuri, no esperaré más —declaró seriamente y continuó desabotonando mi camisa blanca, botón por botón, como si estuviera disfrutando mis reacciones.

Me rendí sin luchar porque, bueno, había dos razones. La primera, Viktor tiene más fuerza que yo y está dispuesto a desnudarme y hacerme el amor. La segunda, sé que también lo deseo, pero intento no desearlo porque es menor de edad. En fin, me convertiré en un pedófilo a partir de hoy. Sí, ¡qué más da!

Las piernas de Vitya estaban a mis costados, ambas apretando mis rodillas. Sus largos y fríos dedos viajaban en mi pecho, descendiendo a través de mi abdomen, hasta situarse en el elástico de mi pantalón deportivo. Me observaba con esa mirada que lo decía todo; que me devoraba y ansiaba marcarme. Me ama, lo sé, me ama tanto.

—No es justo si soy el único a quien desvisten —murmuré, desviando mis ojos hacia arriba, donde no me descubriera.

Se inclinó delante de mí, apoyándose sobre las palmas de sus manos a la altura de mis hombros y unió sus labios con los míos. Recordé nuestro primer beso y me sentí tan expuesto ante él. Nunca en mi vida había sido despojado de mi ropa de esta manera ni había anhelado que lo hiciera un hombre.

Quizá debía culparlo por ser perfecto. Gracias a su belleza, a su mirada azulina y a su cuerpo de dios griego, yo suspiraba. ¡Joder! Quería arrancarle su playera con mis dientes, quería... simplemente pertenecerle.

—Yuuri —susurró, depositando un camino de besos desde mi boca hasta mi cuello—. Yuuri —replicó en un murmullo que me erizaba la piel al respirar cerca de mi oreja.

—¿Tienes condones? —pregunté en un momento de lucidez.

—¿Quieres que un adolescente con un padre estricto guarde condones en su habitación? —contradijo de una forma sarcástica—. Me mataría si sabe que estoy por dejar de ser puro y santo.

—No eras puro ni santo —objeté enarcando una ceja y él sólo se alejó unos centímetros—. De hecho, eres un pervertido.

—Sería extraño que papá lo supiera, ¿no? Es decir, no soy la clase de persona que le cuenta a su papá que folla a su vecino en sus sueños —respondió burlándose, más de él que de mí—. Y menos si mi vecino es mayor que yo.

—Creo que el señor Nikiforov me asesinará, Viktor —bufé, maldiciéndome por ser tan débil—. Estoy lanzándome al infierno.

—No estarás solo —afirmó, finalizando la conversación pre-sexo—. Ahora, cállate y permite que te haga el amor o enloqueceré.

Agarró mis piernas y las alzó para acomodarse en el medio. Y como si leyera mis oscuros y sucios pensamientos, se deshizo de su playera azul y la aventó al suelo. Sonreí al contemplar su blanquecina piel expuesta, exclusivamente para mí. Nada de imperfecciones ni marcas, pero incluso si existieran desperfectos, Viktor seguiría siendo hermoso.

—¿Te gusta lo que ves? —cuestionó orgulloso.

—Me gusta —asentí y lo jalé del cuello para plantarle un beso, algo que lo sorprendió—. Te odio, pero me gustas.

Mi niñeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora