Yuuri.
Abrí los ojos perezosamente; mis párpados pesaban, mi cuerpo entumecido se despertaba a una mañana ruidosa en el exterior. Un dulce aroma a hot-cakes llegó hasta mis fosas nasales e impregnó la habitación acompañado de un exquisito olor a café recién preparado y mermelada de fresa. El humo debería haber secundado la maravillosa combinación de fragancias, pero no fue así, Viktor no había quemado la cocina.
Giré en la cama para quedar bocarriba y contemplé el techo unos segundos; blanco, luminoso por los rayos del sol que se filtraban a través de los espacios que las cortinas azules dejaban. Y poco a poco, mis otros sentidos cobraron fuerza. Primero el dolor punzante en mi trasero, luego mi cadera y al final mi cuello ardiendo. Incluso mis piernas gritaban por ayuda.
Un sabor amargo se alojaba en mi boca, y no quería creer que eran los espermatozoides de Vitya congelados en mi lengua. No recuerdo haberle hecho una mamada... ¿o sí? Ayer, él había sido tan malditamente bueno en todo, que mi noción del tiempo se extravió en algún instante de la madrugada.
Comprobé una vez más que Viktor Nikiforov sí está dotado por los dioses.
—¡Shuuri, levántate! —canturreó afuera, remarcando sus pasos mientras se acercaba por el pasillo hasta la recámara—. Desayunemos, mis tripas gruñen.
—¿Me puedo levantar? —cuestioné para mí mismo—. ¿Realmente podré pararme?
Vitya azotó la puerta de un golpe e ingresó. Sólo vestía un bóxer y sobre éste un mandil con el rostro de un cochinito. En su mano derecha sostenía una espátula de plástico derretida y sonreía como mi hermoso novio sabía hacerlo; de la manera más encantadora y tierna.
—Buenos días, Shuuri —susurró, deteniéndose en la entrada para observar el desastre que habíamos logrado hacer en la noche—. ¿Puedes moverte?
—Me duele —admití, pero no iba a rendirme. No cuando él había cocinado para mí especialmente—. Iré, sólo ayúdame.
—¿Quieres una silla de ruedas?
—¡Vitya! —exclamé avergonzado—. Por supuesto que no, quiero que cumplas con tu deber.
—Mi deber lo cumplí al satisfacer los deseos de mi apuesto y amado esposo —respondió, desobedeciendo a sus palabras al avecinarse a la cama.
—¿Esposo? —repliqué confundido—. ¿Me pediste matrimonio?
—¡Matrimonio y dos hijos! —refunfuñó, corrigiendo mis cuestionamientos—. Tú dijiste que sí, no me rechaces ahora.
—No volveremos a tener sexo desenfrenado —concluí, estirando mis brazos al frente para que Viktor me sujetara.
—Da igual, las próximas rondas serán en diciembre por mi cumpleaños —contestó, abandonando la espátula en el colchón para cargarme—. Recupérese pronto, señor de Nikiforov.
—Eres un estúpido romántico —afirmé, y ambos comenzamos a carcajear—, pero te amo demasiado.
-n-
Viktor.
Mi Yuuri trabaja de lunes a viernes en una empresa y descansa sábados y domingos, así que se han convertido en nuestros preciados días. A veces vamos de compras y al cine, o le enseño a patinar, aprovechando que tengo entrenamientos en las mañanas. Nadie había perturbado esos momentos, hasta la llegada de su amigo.
Una semana atrás, Shuuri me presentó a Phichit Chulanont, su jefe de departamento, quien ahora se aloja con mi novio. ¿La razón? Ni yo la sé, pero sí sé que está fascinado con la belleza de Yuuri. Y si ha sido hechizado, significa peligro.
Agarré el control de la televisión y cambié de canal.
—Viktor, te tengo una sorpresa —anunció mi padre, corriendo delante de mí para cubrir el televisor con su cuerpo.
—¿Me dirás que el hámster se largó?
—¿Hámster? —repitió, no sabiendo que me refería a Phichit.
—Olvídalo, estoy frustrado por la rata de laboratorio —bufé, lanzando el control a un costado del mueble—. Dime, ¿qué sorpresa? ¿Vas a transformarme en un hombre guapo, sexy, nalgón, billonario e irresistible? —inquirí, esbozando una amplia sonrisa—. Ah, no, ya lo soy.
—Qué humilde, Vitya —masculló, cruzando sus brazos contra su pecho—. Eres idéntico a mí, nuestro ADN proviene de los antiguos dioses y tenemos descendencia de Afrodita.
—Qué humildes son —enfatizó Sarah, que caminaba hacia Vladimir con un sobre amarillo. Esa mujer deslumbraba—. No pueden objetarlo, padre e hijo.
—Cariño —llamó papá, rodeando la cintura de Sarah—. ¿Te sientes mejor?
—Oh, entiendo —asentí, reincorporándome del sofá—. Se han enterado de que ella está embarazada.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó San Vladimir, agradando los ojos y ensanchando la boca hasta formar una o.
—Tu rostro dice: nuestra segunda luna de miel fue increíble y el bebé pegó.
—¡Viktor! —gritó él, propinándome un zape leve en la cabeza—. Además, no era la segunda, era la tercera.
—El niño no necesitaba saber esa información —expuso Sarah, la única que podía razonar tranquilamente.
—Felicidades a los dos, ese mocoso tendrá unos padres espectaculares —aseveré, intercambiando un rápido abrazo con mi progenitor—. Sólo aléjalo de tus experimentos, no querrás que crezca diez años en cinco.
—Lo tendré en cuenta —aseguró Sarah, a quien también estreché para felicitarla—. Gracias, Vitya.
...
Oprimí el timbre por cuarta ocasión y, justo cuando me había dado por vencido, el roedor abrió la puerta.
—Yuu se está bañando —avisó con esa vocecita chillona que odiaba y detestaba con mi alma, y eso que soy un ángel puro—. ¿Quieres que le diga?
—No, él y yo somos cercanos —expresé, reprimiendo mis ganas de confesar la relación que existía entre Yuuri y yo—. ¿No piensas marcharte de aquí?
—A Yuu no le molesta que durmamos en la misma cama —declaró como si estuviera enterado de mi noviazgo con mi cerdito—. ¿A ti sí?
—Claro que no, yo he dormido con él y hemos jugado al trenecito en la cueva —articulé, apretando los puños para no azotarlo en la pared y molerlo a golpes.
—¿Viktor? —Shuuri se asomó desde el fondo del pasillo y me saludó al verme—. Ven, haré la cena.
—Íbamos a ordenar pizza, Yuu —murmuró el hámster, volteándose para confrontar a mi novio que nos observaba—. ¿No se te había antojado?
—Shuuri, quiero esa pasta con albóndigas que tanto me gusta —mencioné, recorriendo la distancia que me separaba del amor de mi vida—. ¿Podríamos comerla?
—Yuu debe estar agotado, deja que descanse —protestó la rata rostizada, adicto a las fotografías y a las redes sociales... Y no es que lo sepa porque lo haya buscado en Facebook, Instagram y Twitter.
—No te preocupes, Phichit, estoy acostumbrado a los caprichos de este jovencito —explicó Shuuri, sin percatarse de la rabia que soltaba el ratón en sus respuestas.
Si ese roedor quiere pelea, la tendrá. Esas carnitas son mías y aquél que se atreva a probarlas, sabrá que yo, Viktor Nikiforov, no se compadece ante el enemigo. Aunque deba jugar sucio, le mostraré quién es el dueño del corazón de Yuuri Katsuki.
Nota: casi no actualizo porque amanecí un poco mala, pero ya estoy mejor. Tuve que ir con el médico para que me llenaran de medicamentos otra vez xD.
Por cierto, ¡no odien al hámster bonito! Ya saben que esta historia es amor y risas, pero Phichit necesitaba entrar en escena. uvu
Estaré respondiendo a sus comentarios del capítulo anterior porque me atrasé, ¡una disculpa! Nos leeremos pronto. <3
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Mi niñera
FanfictionYuuri Katsuki, un joven universitario de 22 años y Viktor Nikiforov, un adolescente de 15 años; ambos con personalidades opuestas. La vida de estos chicos se entrelaza cuando un inesperado accidente transforma a Yuuri en la niñera de un pequeño Vity...