XLVIII: De regreso

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Yuuri.

—Esto sí es un espectáculo —musitó una vocecilla que identificaba gracias a las videollamadas; era Misha.

—Ni siquiera pude alcanzarte —bufó el señor Vladimir, exhalando por el cansancio. Seguramente había corrido apresurado—. La próxima vez no te traeré.

—No habrá una próxima —aseveró mi novio, quien se reincorporaba y me ayudaba a levantarme del suelo—. He venido para casarme con mi prometido, tener una luna de miel con muchas rondas de sexo y...

—¡Vitya! —exclamé, cubriendo mi rostro avergonzado. Vitya sigue siendo un pervertido, y eso me alegra.

—Oh, sí, es adorable —canturreó el amigo pelirrojo, encaminándose hasta nosotros—. Antes de que terminen follando aquí, vayamos por Makkachin.

Luego de un par de abrazos entre padre e hijo y hermano con hermano, fuimos a recoger a Makkachin y subimos a la camioneta de papi Vladi. Viktor se sentó en la parte trasera conmigo y el perro, Misha era el copiloto y el pequeño Luka descansaba en su silla especial con un biberón pegado a su boca.

—Este niño succiona rápido —habló el menor de los Nikiforov, asomándose para contemplar a su lindo hermanito y juguetear con él—. Será bueno mam...

—¿Y cómo estuvo el viaje? —cuestioné, cambiando de tema. No quería una masacre y sangre esparcida en los vidrios, ni una condena en prisión por ser el único sobreviviente a la tragedia.

—El hombro de Vitenka es cómodo —respondió Misha, echándome un vistazo. Esbozó una sonrisa alegre cuando nuestras miradas se encontraron y regresó su atención a la carretera—. Vladimir, conduce muy lento.

¿Vitenka? ¿Vladimir? ¿Cuándo se volvió tan cercano a la familia? ¡Ni yo me atrevo a llamar a mi suegro sólo por su nombre! Siempre soy respetuoso, aunque en mis pensamientos lo maldiga.

—Tu cabello ha crecido —murmullé, girándome a la izquierda, en donde Viktor estaba—. Y lo trenzas.

—Misha me enseñó —contestó, extendiendo sus brazos hacia mí. En seguida, sus manos se posaron en mis mejillas y comenzaron a descender lentamente hasta mis labios, dejando un cosquilleo en las zonas que tocaba—. Yuuri, te extrañé demasiado. Quería darte una sorpresa, pero supongo que papá fue el bocón.

—¡No me dijiste que debía guardar el secreto! —refunfuñó papi Vladi a la defensiva—. Si lo hubiera sabido, él estaría tranquilo en su departamento viendo una película de romance y llorando porque los protagonistas se mueren.

—Papá, ése eres tú —objetó Viktor, comenzando a carcajear junto a su amigo—. Shuuri llora cuando estamos en la cama haciendo cochinadas.

—¡No necesito esa clase de información! —gruñó el mayor de todos, provocando que los demás explotaran en sonoras risas. Y sí, yo también extrañaba este ambiente tan familiar y entusiasta.

—Yo opino que cooperemos para la silla de ruedas —dijo Misha, y Vita asintió a los pocos segundos.

—Hijo, ¿te lastimaste en el entrenamiento? —interrogó el señor Nikiforov, contemplando el reflejo de su preciado niño a través del espejo retrovisor—. Yakov no me avisó de tu herida, ¿estás bien?

—No me creo que ya tenga dos hijos y todavía sea inocente —susurró el pelirrojo. Y la verdad, nadie podía creer que el ruso más cotizado del edificio fuera un puritano bañado en agua bendita—. Vladimir, ¿acaso sus esposas se embarazaron por obra del Espíritu Santo?

Mi niñeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora