LIII: Mudanza

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Penúltimo capítulo.

Yuuri.

Y así, sin que me diera cuenta, el día de la mudanza llegó. Empacamos lo necesario y dejamos atrás algunos recuerdos. Por ejemplo; el sofá mullido en donde muchas veces le hice una mamada a Vitya, la cama en donde hicimos el amor por primera vez o las sillas del comedor en donde me sentaba en las noches para hablar con mi novio a través de una videollamada.

El nuevo departamento era una sorpresa para mí, y debo admitirlo, es hermoso. Jamás en mi vida habría podido vivir en un lugar tan espacioso porque, bueno, mi sueldo se ajusta a mis necesidades diarias. Incluso diría que es increíble que yo esté aquí y mi familia me tacharía de loco.

A pesar de que todo está amueblado, se siente un poco ajeno a mí. No es mi estilo; es moderno y costoso, yo soy de esos tipos que dormirían en el piso con tal de ahorrar unas monedas. Supongo que los gustos de Vitya chocan con los míos y él está acostumbrado a las marcas y a las tarjetas de crédito sin límite.

Yo prefiero ir al mercado y él opta por comprar Gucci.

—¡Cuidado, eso es frágil! —exclamó mi tierno amante, sacándome de esa burbuja de pensamientos pobres—. ¡Son los dildos de mi prometido! ¿Sabe lo que me costó hacer que él los aceptara? Me lanzó uno en la nariz y casi me la rompe.

—¡Viktor! —vociferé parado a la mitad de la sala con una maleta en brazos—. Eso es mentira, ni siquiera me pediste permiso y me regalaste esas cosas. ¡Y no hay dildos ahí, son los platos!

—A mí no me importa en realidad, pero díganme dónde los acomodo —balbuceó el hombre que habíamos contratado para la mudanza.

—En la cocina —respondí, agachándome para colocar uno de los tantos equipajes de Vitya—. ¿Qué demonios trae? ¿Son piedras?

—Es mi ropa —murmuró, acercándose con una almohada en forma de unicornio y Makkachin detrás de él—. Son abrigos y mis tangas de encaje negro.

—¿Usas tangas? —cuestioné sorprendido, pero es Viktor Nikiforov. Sería más extraño que no se vista con esa clase de prendas—. No, es común para ti.

—Los trajes con los que patino se me pegan mucho al cuerpo, así que las tangas se ajustan a mi redondo y perfecto cu...

—Trasero —concluí, avergonzado de sus palabras. Todavía no soy capaz de entender lo que pasa por su mente cuando habla sin pudor alguno, pero sí, estoy de acuerdo en que sus nalgas forman un círculo esponjoso y firme. Es hipnótico.

—¿Ya viste? —inquirió, señalando un par de puertas corredizas transparentes a unos centímetros del comedor—. Tú, yo, unas copas de vino, música de fondo y unas rondas de sexo duro. No sé, piénsalo.

—Dime, ¿por qué estoy saliendo con un chico tan pervertido? Dame un motivo —demandé, arrebatándole ese peluche para lanzarlo al mueble y abrazarlo a él con ambos brazos—. ¿Por qué cada día siento que enloquezco de amor?

—Oh, Shuuri —gruñó en un tono lascivo. Me observó fijamente con esos ojos azules que chispeaban, sedientos de lujuria y desbordantes de pasión. Juro que podría perderme para siempre en la profundidad de su mirada y sería el ser humano más feliz en la Tierra—. ¿Por qué eres jodidamente sexy? Te amo demasiado. Quiero tumbarte y hacerte el amor.

—¿Sí? Dime más, pequeño travieso —murmullé, poniéndome de puntitas para lograr alcanzar su oreja izquierda con mis labios—. ¿Qué más deseas?

Mi niñeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora