XI: Viktor, déjame

4.3K 613 151
                                    



Yuuri.

Hace tres días que Yurio llegó para hacerle análisis a Viktor, pero se la pasan encerrados en el laboratorio de Vladimir. Los escucho carcajear a todas horas y, sí, estoy celoso de que me haya hecho a un lado por él. ¿Quién demonios es ese rubio teñido?

Detesto que me ignore, porque Viktor lo hace. A veces lo encuentro en la cocina con una bolsa de papas fritas y dos vasos llenos de refresco o café. ¿Qué? ¿Se convirtió en el sirviente de su querido invitado? Y cuando me ve, él sólo asiente y se larga a su guarida con la gata rubia.

No sé si está vengándose por lo de Yuko, pero no me lo merezco. Yo corrí a Yuko a pesar de que me gusta, y lo hice porque no quería que Viktor llorara por mi culpa. Sin embargo, ¿de qué me sirvió? Viene un tipo nuevo, le sonríe y me olvida. Es injusto que yo sea el único sufriendo.

—Ya vuelvo —anunció con unas risitas mientras cerraba la puerta del laboratorio, que se hallaba al fondo del pasillo—. Yuuri, hola.

—Hola —respondí sarcástico e ingresé a la recámara, pensando que sería un día más sin Viktor Nikiforov.

—Yuuri —me llamó agarrando mi mano derecha—, ¿qué te pasa?

—¿Qué me pasa? —repliqué queriendo soltarme—. Nada, me pasa nada.

—Mientes —objetó sosteniéndome con más fuerza—. Dime qué sucede.

—¡Ya no me necesitas! —grité al borde de las lágrimas.

¿Cómo es posible que en una semana esté así? Quiero llorar porque me duele que él no me vea a mí, yo debo ser más importante que cualquier otro. No quiero que me odie como lo hace el Viktor de quince años.

—P—Prefieres... Lo prefieres a él —balbuceé con las mejillas húmedas por las lágrimas—. Antes despertabas y me abrazabas, me pedías que te preparara el desayuno e incluso que me bañara contigo.

—Yuuri, tú me dijiste que te comprendiera —susurró, liberándome de su agarre—. Me dijiste que estabas cansado de lo que yo soy.

—Tú eres tú; mi Vitya —afirmé, girándome para enfrentarlo—. No me interesa que estés más alto o que tu cuerpo crezca y me ataques; me interesas tú, porque tú eres mi Vitya, mi niño.

—Entonces... ¿puedo acercarme a ti? —cuestionó nervioso—. ¿Puedo tocar a Yuuri? ¿Puedo besar a Yuuri en los labios?

—¿En los labios? —repetí negando con la cabeza—. No, es decir, aunque luzcas así, no significa que tienes veinte años.

—Yurio me habló del experimento y del accidente de mamá —murmulló y extendió su brazo izquierdo hacia mí para limpiar mis cachetes—. Mis pensamientos son falsos, mis recuerdos son ilusiones, pero lo que siente mi corazón al verte no es una farsa. El corazón no puede mentir, Yuuri.

—Cuando regreses a tu realidad, ni siquiera pensarás que me amas. El Viktor de quince es distinto a ti y me repudia —expresé con una voz triste.

—Quizá el Viktor de quince años no te repudia, sólo no sabe cómo comunicarse con las personas —declaró, dejándome aturdido con sus palabras—. Quizá él también te ama, pero no tiene el valor de decírtelo y te molesta porque es su forma de acercarse a ti.

—Estás diciendo que...

—Que está enamorado de Yuuri Katsuki, igual que yo o el Viktor de cinco —aseveró, completando mi frase.

No lo había pensado de esa manera, pero tiene mucha razón. Cada vez que nuestras miradas se encontraban, él agachaba la vista, chasqueaba los dientes y comenzaba a insultarme. Me insultaba porque quería hablar conmigo y terminábamos discutiendo porque yo no entendía sus señales.

El orgulloso Viktor Nikiforov, patinador y ganador de varias medallas de oro, galán y dios griego jamás se atrevería a confesar sus sentimientos a un mortal como yo. Él era prepotente y grosero, pero esas pequeñas conversaciones me gustaban porque poco a poco fui conociendo su vida. Me alejaba para que no lo descubriera.

—No lo creo aún —contesté luego de un silencio—. Eres impredecible.

—Bueno, ahora sabes la verdad —articuló con una bella sonrisa—. Amo a Yuuri y espero que Yuuri ame las versiones de mí.

—Viktor, apresúrate —masculló Yurio, parado en la entrada—. Todavía no acabo y mi vuelo despega en tres horas.

—Perdón —se disculpó y dio la media vuelta, dirigiéndose al rubio impaciente—. Yuuri, en la noche cenaremos pizza.

Si el Viktor de quince realmente me ama, ¿qué siento yo por él? No me di cuenta de lo que intentaba con sus torpes acciones porque siempre creí que me odiaba. Lo etiqueté de niño mimado sin razón alguna. Nunca le exigí una explicación de su comportamiento tan hostil hacia mí porque no valoraba nuestra relación.

Yo era su vecino, él era mi vecino. La conexión que nos unía era invisible, y lo mismo sucedía con sus sentimientos. ¿Cuánto tiempo lleva enamorado de mí? ¿Cuánto dolor ha soportado? ¿Cuántas veces trató de desilusionarse? Debió ser difícil para un adolescente de quince años que está presionado por el patinaje y sus estudios.

...

Oí un ladrido en el pasillo y, después de unos segundos, Makkachin y Viktor entraron juntos a mi cuarto con una caja de pizza y un refresco grande. Claro, Makkachin cargaba las servilletas con sus dientes.

—¡Yuuri! —exclamó emocionado y corrió a la cama, donde yo estaba—. ¡Cenemos y veamos películas porno!

—¿Qué? —interrogué con la boca entreabierta—. ¡Eres un pervertido, Nikiforov! —Tomé una de las almohadas y la lancé contra su perfecto rostro.

—Yuuri —canturreó, evadiendo el almohadazo—, eres tramposo porque yo no tengo con qué golpearte.

—¡No me golpearás! —siseé con un tono que lo incitaba a recoger la almohada para devolvérmela e iniciar una guerra.

—Lo haré —aseguró, agachándose a levantar el cojín—. Lo haré y no fallaré.

Dejó la caja de pizza y la botella a un costado y apuntó el artefacto peligroso directo a mi estómago, así que me volteé y enterré mi cara en las sábanas. Sus pasos fueron acortando la distancia que nos separaba, hasta que Makkachin ladró y el cuerpo de Viktor cayó sobre el mío.

—¡Makkachin! —chilló de repente—. Tú eres mi aliado.

El perro sólo gruñó y yo me arrastré en la cama para escapar del caluroso y enorme cuerpo de Vitya. ¡Dios, ¿qué le dan de comer a los niños modernos?!

—Viktor, no respiro —jadeé pataleando para que se moviera, pero él estaba cómodo y le valía que yo me estuviera ahogando debajo.

—Makkachin está devorándose nuestra cena —avisó y se giró lentamente, hasta que fue capaz de palpar mi trasero con su maravillosa anaconda—. Yuuri, durmamos.

—T—Tu animal está... —titubeé sonrojado—. ¡Viktor, tu animal está creciendo!

—¿Mi animal? ¿Qué animal? —preguntó, y no sabía si se hacía el idiota o qué demonios cruzaba en su mente.

—¡Tu fabuloso pene! —vociferé empuñando las manos—. Déjame salir.

—Ah, saluda a Vitya el poderoso.

—¡Tus nalgas! —rezongué enojado—. Te morderé si no te quitas.

—No puedes morderme, pero puedes morderme las nalgas —propuso susurrando muy cerca de mi oído—. Soy tuyo, Yuuri.

—¿Por qué en momentos como éstos te transformas en un rompecorazones? —bufé tragando saliva. Sí o sí necesito huir—. ¿Estás excitándote?




Nota: ¿qué tal? Un triste inicio y un final feliz. Hagan sus apuestas porque esto va a prenderse, o mínimo Yuuri le arrojará otra almohada. xD 

Esa anaconda ya busca cueva :v. 

¡Nos leemos luego! <3 

Mi niñeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora