XLII: Cita [Parte 2]

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Yuuri.

Viktor se recostó en el mantel y apoyó su cabeza en mi regazo, entonces agarró un pan y comenzó a comer despreocupado. Era como cualquier niño disfrutando un día de campo en completa tranquilidad. Miraba a los lados buscando algo gracioso; tal vez un perro atrapando una pelota en el aire o una niña tropezando.

Deslicé mis dedos en su sedosa cabellera. Se sentía tan suave al tacto; sus mechones lacios, largos y platinados, combinados con el color pálido de su piel y ese par de ojos azules enmarcaban el hermoso rostro de un modelo. Él había sido esculpido por los dioses con el propósito de demostrar que la perfección sí existe.

Tiene diecisiete años, pero luce igual que un adulto. Vitya es compasivo, amable y bondadoso. Temo por él, porque no quiero que nadie lastime a esta persona, porque no quiero que lo desilusionen. Está enfrentando el mundo y mantiene la esperanza de que no será defraudado, y eso me asusta.

Sus expectativas son altas y piensa que podrá obtenerlo todo, pero si no es así, sufrirá. Estoy aterrorizado porque yo no puedo evitar que él caiga en su camino. Sé que la vida no me permitirá prepararlo y yo tengo mis propios problemas, debo confiar en él y en ese amor del cual se enorgullece y por el cual luchará.

—Ya que está claro el asunto de Rusia, ¿nos vamos a un motel? —cuestionó, devolviéndome a la realidad. Viktor es Viktor, un pervertido—. Tú lo sugeriste, no quiero que te quedes con las ganas. Un novio necesita complacer a su pareja y yo...

—Cierra esa linda boca —murmuré, soltando una bocanada de aire. Resignación para este joven lascivo, por favor.

—Si renacemos, le diré a Dios que me mande junto contigo porque no me gusta esperar para tener sexo —rezongó, estirando sus brazos hacia mí—. Y le pediré que Yuuri me ame otra vez —susurró emocionado mientras sujetaba mis mejillas y me observaba como un cazador a su presa; excitado y hambriento.

—No necesitas pedírselo, yo te amaré siempre —prometí, dejando que él me atrajera lentamente hacia su cara para rozar nuestros labios.

—Shuuri —canturreó, apresando mi labio inferior entre sus dientes. Lo mordió unos segundos antes de soltarlo y contemplar mi expresión de deseo—. Shuuri, no sabes cuán ansioso estoy de acariciar tus pezones.

—Tú terminas arruinando el romance con tus comentarios —refunfuñé, conteniendo mis risas. ¡Fuerza, Yuuri! Fuerza para este corazón desbocado—. Mejor cómprame un helado de vainilla.

—Te lo puedo dar derretido —propuso, esbozando esa sonrisita típica de un lujurioso—. Vamos al motel y chupa mi helado.

—Eres de lo peor, Viktor Nikiforov —bufé carcajeando. A veces se me olvida que mi novio piensa en sexo las veinticuatro horas del día.

—Oigan —habló de repente una niña parada frente a nosotros con un helado en su mano derecha. Nos examinaba de arriba abajo como si estuviera juzgándonos, pese a la edad de siete años que aparentaba—. Papá dice que los homosexuales no pueden besarse en público.

—Dile a tu papá que se meta un dildo en...

—¡Vitya! —exclamé, reprimiéndolo por su actitud infantil y poco considerada—. Lamentamos incomodarlos, pero es un área libre y no estamos haciendo algo malo.

—Papá dice que los gays son feos, pero tú eres bonito —expresó, señalándome a mí con el dedo índice—. ¿Puedo ser tu novia?

—¿No querrás decir que el chico bonito es él? —cuestioné confundido, refiriéndome a Vitya porque era obvio que él sería el sueño húmedo de todos.

Mi niñeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora