II. Mal [EDITADO]

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Se levantó del suelo con las mejillas ardiendo de pura vergüenza, enojo y tal vez decepción, su corazón bombeaba sangre demasiado rápido a como comúnmente lo hacía y sentía toda la incomodidad que lo invadía, maldijo a Louis en el interior de su cabeza. Con la mirada gacha, caminó directamente al baño, su único refugio de todo aquel alboroto que había provocado, todavía escuchaba algunas risas las cuales no pudo ignorar, con lo que odiaba llamar la atención, ser la nueva burla de sus compañeros era razón para querer que se lo trague la tierra.

La única cosa que quería hacer ahora es soltar las lágrimas que nublaban su vista, porque... joder, jamás esperó ése rechazo tan directo por parte de Louis, odiaba ser débil ante el castaño, se sentía mal porque él era quien controlaba sus sentimientos, ya que podía hacerlo sonreír o llorar de un momento para otro.

Entró por la muerta metálica que tenía una placa azul con un dibujo dentro señalando que aquél era el baño de hombres, el cual para su suerte estaba tan vacío como un desierto, cerró la puerta detrás de sí, queriendo estar solo por completo y solamente entonces rompió en un mar de lágrimas —que sentía retenido desde hace un par días— cuando apretó los ojos con toda la fuerza que le fue posible, queriendo desaparecer de la faz de la tierra, por favor.

Por sus mejillas corrió un río, agua salada descendiendo y quemando en su piel, soltando todo lo que lo había carcomido éste mes. Dejando escapar leves sollozos, logró abrazarse a sí mismo en el suelo, recargándose contra la pared y bajando lentamente hasta estar sentado rodeando con débiles brazos sus piernas, y escondiendo la cabeza entre ellas.

Ahí supo que ésta tormenta duraría más de lo esperado, ya había aguantado lo suficiente como para seguir ocultando el dolor enterrado en su corazón, el cual gritaba desesperadamente por ser liberado.

El sonido de la puerta abriéndose no fue motivo para detener su dolor, no alzó la cabeza ni se inmuto de otra manera, solo continuó dando libertad a la herida retenida en su alma.

Sollozo tras sollozo salía de sus labios como muestra de lo cansado que estaba, el sonido de unos pasos acercándose a él tampoco logró hacer cambiar su actitud.

El desconocido hombre acarició sus despeinados rizos, algo que lo hizo sentir al instante relajado, porque eso era exactamente lo que hacía su madre, Anne, cuando al pequeño ojiverde algo le salía mal, lo abrazaba y acariciaba su cabello susurrando contra éste frases tranquilizantes, la única persona capaz de despejar las nubes en el cielo y hacer salir al tímido sol, representando la encantadora sonrisa de Harry, siempre con un par de hendiduras en sus mejillas como compañía.

Levantó la cabeza en una lenta acción, esperando ser aquél niño pequeño de diez años consentido y mimado por su madre, ambos en la sala iluminados por el fuego de la chimenea y a su vez cobijados con su calor, mientras su cabeza con despeinados rulos se encontraba recostada en las piernas de la mujer. Más sin embargo, ése era un lejano sueño que nunca volvería, pues seguía tirado en los sucio azulejos de los baños, el frío de la pared contra su espalda y el hediondo olor de los retretes invadiendo sus congestionadas fosas nasales, su vista borrosa evitando ver quien era la persona frente él.

Estaba seguro que sus cautivadores ojos esmeralda, ahora se encontraban un poco —demasiado— rojos e hinchados: le dolía —metafóricamente— el corazón, el alma, y obviamente el golpe recibido en su cuerpo al momento de caer, sus rodillas y menos era las zonas más afectadas.

Se sorprendió mucho cuando por fin distinguió la figura de aquel hombre, sus empañadas orbes verdes encontraron el celeste de los ojos de Niall, su profesor de ciencias, quien estaba de cuclillas frente a él, con la misma cara de lástima que ponía cada vez que lo veía llorando. Harry odiaba ésa expresión con la que todos lo miraban cuando más roto estaba.

Gracias a Niall [Larry Stylinson].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora