10 | YOU ARE (NOT) ALONE

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([NO] ESTÁS SOLO)

HAE RYUNG




—Me estás llevando por el mal camino, Kook.

—¿En serio? —canturreó juguetonamente y nos largamos a reír.

Nos habíamos saltado el castigo y ahora nos íbamos a casa.

«A SU casa, no olvides ese pequeño GRAN detalle, Min Hae Ryung».

Mientras esperábamos el autobús, me quedé observando nuestras manos entrelazadas.

Acariciaba su piel con mi pulgar en cada oportunidad que tenía, descubriendo que el aleteo que provocaba en mi pecho aquel simple contacto se sentía simplemente bien.

«Demasiado bien».

—¿Noona? —levanté la vista ante su llamado—. ¿Te sientes bien? —asentí, pero mi respuesta no logró convencerlo—. ¿Segura?

—Tranquilo, no me pasa nada —aseguré, ignorando el calor en mis mejillas.

—¿Por qué justo hoy?

Las puertas del bus se abrieron, dejando en claro que no sería un viaje tranquilo.

El único lugar disponible era un incómodo rincón en la parte de atrás, lugar que me llevó al borde de la extinción cuando el chofer se detuvo en la parada del mercado y abordaron tantos pasajeros que me vi obligada a refugiarme en sus brazos.

—No es tan malo después de todo —dijo, apegándome a él.

Me apoyé en la ventana, huyendo de su actitud seductora mientras trataba de recuperar mi espacio personal, pero mi esfuerzo fue completamente inútil.

Los pocos centímetros que había logrado recuperar, se esfumaron en una frenada brusca que, gracias a la pronta reacción de Jeon, no terminó lastimándome.

—¿Estás bien? —asentí y pregunté qué tal se encontraba él, a lo que respondió—: Perfectamente —se acomodó de tal manera que parecía un escudo humano—. Aguanta un poco más, ¿sí? —dejó un pequeño beso en mi frente y su instinto protector me derritió.






[...]






Si tuviera que definir la casa de la Familia Jeon sería...

—Mansión.

—¿Qué?

—Nada, nada —dije, dándome golpecitos en la boca por hablar de más cuando el castaño no miraba.

Llevaba años ignorando que mi barrio albergaba un mundo que únicamente conocía a través de las pantallas.

—Ponte cómoda.

Asentí, ocupando un lugar en el sillón mientras el castaño se perdía en la cocina y me daba tiempo de asimilar su situación económica.

En medio de la sala de estar, descubrí que el ambiente sobrio, moderno y vanguardista era un estilo que no reflejaba para nada la personalidad de Jung Kook.

Cada detalle resultaba demasiado frívolo y la ausencia de fotografías familiares me provocaba tal sensación de abandono que mi pecho se estremeció ante su soledad.

«Quiero que cenes conmigo».

Dejé caer mi cabeza sobre el sillón.

Jamás imaginé que los Señores Jeon estuvieran tan ausentes que su hijo se aferrara inconscientemente a los detalles que transformaban una casa en un hogar.

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