Le 25 Avril, 1925
FranceUna fría brisa primaveral soplaba suavemente cuando salí a la calle. Me encogí levemente, intentando cobijarme del frío matutino. Agarré con fuerza el cesto de mimbre que sujetaba y aceleré el paso, queriendo llegar cuanto antes a la casa de los Langlais. Era tan temprano que las calles todavía estaban vacías. No podía ver un alma mientras me encaminaba, cuesta arriba, a la bonita casa que coronaba la pequeña colina, Château Langlais. Los árboles se mecían de un lado a otro con la brisa, mientras en sus ramas los brotes verdes seguían creciendo con fuerza, haciendo que los pájaros piaran, tan contentos como yo de que la primavera estuviese de vuelta. Detrás de mí escuché unos pasos rápidos, casi corriendo. Al darme la vuelta, vi a un gran perro siguiéndome, mientras meneaba su cola alegremente. Yo sonreí y me agaché a acariciar la cabeza del animal, dándole un poco de pan, ya que era la única comida que llevaba en el cesto.
Dejé al animal atrás para terminar de recorrer la colina, llegando a la presidencial casa. Abrí la puerta con sigilo, ya que probablemente la mayoría de gente seguía durmiendo. Con cuidado y pasos lentos, para que mis zapatos no resonaran contra el suelo, fui hacia la cocina. Dejé la cesta sobre la mesa de madera, y junto a ésta mi gorro y fui hacia el armario que se encontraba al final de la estancia. Tras abrir la puerta, cogí un cubo y un paño, para poder empezar a limpiar. Llené el cubo con agua caliente y eché jabón de Marsella en éste. Al primer lugar al que fui fue al despacho del señor Langlais, ya que él siempre era el primero en despertar, y quería que su estancia estuviera lista cuando éste se levantara.
Me arrodillé y empecé a frotar el suelo con fuerza, mientras tarareaba un ritmo familiar, en voz baja, mientras seguía concentrada en sacar todas las manchas de barro que había en el suelo. De pronto, una profunda voz masculina interrumpió mis pensamientos.
— Buenos días, Chloé.
— Buenos días, señor Langlais - respondí, poniéndome de pie para agachar levemente mi cabeza, en forma de saludo -. ¿Cómo ha amanecido usted? ¿Necesita algo?
— No, no necesito nada. Puedes seguir limpiando - dijo, caminando hacia su sillón -, yo estaré aquí, tengo cosas importantes que hacer.
Asentí levemente con la cabeza y volví a arrodillarme al suelo para seguir limpiándolo, mientras que el señor Langlais se ponía a revisar varios papeles. Además, también encendió la radio. Sin embargo, solo segundos después de que hubiera tomado asiento, pude notar que sus ojos no estaban sobre los papeles que sostenía, sino que estaban sobre mí. Por lo que intenté dejar de mirarle de soslayo y empecé a murmurar el Padre Nuestro, esperando que el Señor me salvase de la incomodidad que estaba viviendo. Sin embargo, nada parecía que fuera a cambiar. Langlais seguía mirándome, sin ni siquiera moverse, mientras que yo seguía limpiando y rezando, sin poder esperar a que aquello terminara.
— No, Chloé - pronunció el señor, cuando me levanté, después de terminar de limpiar el suelo -. No has terminado.
— ¿Disculpe, señor? - pronuncié, deteniéndome - ¿El suelo no está suficientemente limpio?
— No... el suelo está bien. Acércate, Chloé - dijo, haciéndome un gesto con la mano para que caminara hacia él, mientras se ponía de pie. Yo, todavía sujetando el cubo con ambas manos, me acerqué con los pasos inciertos -. Toma asiento, por favor. Y deja el cubo en el suelo.
Asentí levemente, y con mis manos temblorosas, dejé el cubo de agua y me senté en la butaca que él había dejado libre. De pronto, sentí sus recias manos sobre mis hombros, y empezaron a masajearlos, con poca fuerza, sin hacerme daño. Sin embargo, yo me tensé y cerré los ojos, juntando mis manos y rezando todavía más rápido, en murmullos. Langlais, lentamente, bajó sus manos por mis hombros, agachándose hasta que su boca quedó junto a mi oído.
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Sinful love
FanfictionEn un mundo en el que lo importante no es quién eres, sino quién aparentas ser; los secretos más oscuros deben pertenecer a tu pasado. Sin embargo, Dios siempre se encarga de que los pecados salgan a la luz. Marie Bennett