Chapitre vingt-six

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20 Juillet, 1925
France

Me detuve frente al gran pórtico de la parroquia. Sabía que Harry estaba al otro lado de éste y la sola idea de tener que volver a verle estaba haciendo que me sintiera enferma. Sin embargo, sabía que debía hacerlo. Debía asegurarme de que Harry no iba a abrir la boca, y que no le iba a contar a nadie lo que había pasado entre él y yo en el pasado. Si lo hacía, iba a, literalmente, arruinar mi vida. Así que di una profunda respiración antes de adentrarme a la parroquia. Los bancos de ésta ya estaban llenándose para la misa de aquel domingo por la mañana. Yo, tímidamente, me fui a los bancos traseros, sentándome en uno de ellos.

Poco después, el Padre Poiré salió y empezó a dar la misa, mientras Harry estaba algo por detrás, pareciendo escuchar atentamente. Al terminar, fue él quien se encargó de pasar el cepillo al primer banco y luego de venir a recogerlo en la fila trasera, sonriéndome levemente al caminar por mi lado. Cuando la misa acabó, poco a poco, la parroquia se fue vaciando. Yo, sin embargo, me quedé en el banco. Me puse de rodillas y junté mis manos sujetando mi rosario, mientras movía las cuentas poco a poco, empecé a rezar, pidiéndole a Dios la fuerza necesaria para poder estar cerca de Harry. Para poder olvidar todo lo que había pasado. Al parecer, él era un hombre nuevo, y debía darle una oportunidad. Si de verdad era un hombre de fe, un eclesiástico, Dios me castigaría por tratarle del modo en que lo había hecho. Así que pedí disculpas al Señor por mi comportamiento en la noche anterior. Luego vi que el Padre Poiré se acercaba hacia mí con una sonrisa.

— Buenos días, Chloé – me saludó –. Qué bien verte, me alegro de que hayas sacado tiempo para poder venir a misa.

— Sabe que siempre busco tiempo para venir a misa, Padre – sonreí.

— Hoy deberás confesarte con el Padre Belcher.

— ¿Qué? – balbuceé – ¿Por qué?

— Yo ya estoy muy mayor, Chloé. Aunque no lo parezca, dar misa es agotador. Será Harry el que se encargará a partir de ahora de las confesiones. No tienes de qué preocuparte. Sabes que todo lo que le cuentes es secreto de confesión. Y si algún día prefieres hablar conmigo, así será. ¿Está bien? – dijo afablemente, supuse que por mi rostro, ya que no me hacía gracia que la única manera de perdonar mis pecados fuera contándoselos a Harry –. Ahora te dejo con él, yo debo ir a descansar.

— Está bien, Padre. Descanse usted.

El Padre Poiré me sonrió una vez más antes de salir de ir a la planta de arriba de la parroquia, donde él vivía. Yo me quedé en el banco por un rato, todavía rezando, mientras que las personas que quedaban allí estaban confesándose. Cuando ya no quedaba nadie más, me acerqué al confesionario. Me puse de rodillas fuera de éste y suspiré.

— Chloé... – murmuró.

— Ave María Purísima – dije yo, con los ojos cerrados, tratando de olvidar de que era Harry el que se encontraba al otro lado.

— Sin pecado concebida...

— Padre, necesito el perdón de Dios.

— ¿Por qué?

— Soy una mala persona.

— No lo eres. ¿Qué ha pasado?

— Tengo malos pensamientos.

— ¿Qué pensamientos? – susurró su aterciopelada voz.

— Violentos. Una persona de mi pasado ha vuelto a mi vida. Y desde entonces solo puedo pensar en todo el daño que me ha hecho, y todas las lágrimas que he derramado por él, y tan solo quiero vengarme. Quiero hacerle sufrir como él me hizo sufrir a mí.

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