Chapitre dix-neuf

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17 Juillet, 1925
France

Respiré profundamente, mirando la compleja distribución de cubiertos que se extendía a ambos lados de mi plato, todavía vacío. Aquella era, probablemente, la lección más difícil que la Mademoiselle Froissard me había enseñado en las clases de protocolo. Ella estaba sentada frente a mí, mirándome sin ni siquiera parpadear. Uno de los sirvientes de los Langlais entró en la estancia, trayendo una bandeja cubierta. Al llegar a la mesa, le quitó la tapa a la bandeja y me sirvió el primer plato. Yo lo miré, inspeccionando los ingredientes de éste, y tomé el primer set de cubiertos. Y, como siempre ante la atenta mirada de Froissard, empecé a comer. En mi mente seguía repasando uno a uno todos los conceptos que, durante aquellos tres meses, Froissard había repetido cienes de veces. Mantener la boca cerrada al comer, usar los cubiertos adecuados, limpiarse con la servilleta antes y después de beber, solo dar pequeños bocados y pequeños sorbos, masticar al menos diez veces antes de tragar...

Y es que al día siguiente era la fiesta de mi compromiso con Liam. Todas las familias importantes de toda Francia se reunirían en el Château Langlais, la socialité parisina estaría ahí; solo para celebrar el compromiso del multimillonario Liam Langlais con una misteriosa chica, aparecida de la nada: Chloé Labelle. La señora Froissard junto a la señora Langlais se habían encargado de inventarse mi pasado, ya que mi vida anterior no era digna para aquellas elegantes personas. Por lo que, desde la fiesta de compromiso en adelante, yo provenía de una acomodada familia que había viajado a la antigua colonia francesa de las islas Seychelles, en África, y había hecho una fortuna para morir trágicamente en un accidente de automóvil, dejando a su hija, heredera de su fortuna, sola; por lo que ella decidió volver al país natal de sus padres. Y aquella era la razón por la que la socialité Francesa desconocía dicha familia, porque habían hecho su dinero muy muy lejos de la madre pátria.

Probablemente a cualquier otra persona no le habría gustado deshacerse de su vida, de su pasado; e inventarse uno completamente nuevo. Pero a mí no me había importado lo más mínimo. A pesar de adorar a mi hermana, era una meretriz, tenía relaciones íntimas con hombres (a veces incluso con mujeres) a cambio de regalos y dinero. Mi padre había renegado de nosotras, yéndose con una nueva familia. Y mi madre había fallecido tantos años atrás que, aunque la echaba de menos, sabía que aquella nueva vida era lo que ella habría querido para mí, por lo que no le importaría que tuviera que deshacerme de quién yo era realmente, y empezar a ser otra persona.

— Ha mejorado usted – contempló Froissard, cuando ya iba por el tercer plato, sin haber hecho ni una sola mala elección con los cubiertos.

— Muchas gracias, mademoiselle Froissard.

— Creo que está usted lista para la fiesta de mañana. Recuerde, saludo con la mano firme, espalda recta, barbilla alta, sonrisas leves, tragos cortos, bocados pequeños, pasos lentos y sílabas largas.

— Por supuesto, recordaré todas las lecciones. Muchas gracias por su ayuda.

— Procure no arruinarlo, señorita Labelle. La señora Langlais está poniendo mucho esfuerzo para incluirla en su familia, y en la socialité francesa.

— Lo sé, tengo en cuenta todos los esfuerzos que la señora Langlais está haciendo y procuraré no decepcionarla.

— Puede usted retirarse ahora.

Sin decir nada más, me levanté lentamente de la mesa e hice una pequeña inclinación con mi cabeza, en forma de despedida. Tras eso, salí del comedor, donde pude dar un largo suspiro, dejando de retener mi respiración por miedo de que Froissard me dijera que estaba respirando mal y que una señorita debería respirar más lento, o algo por el estilo.

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