Chapitre onze

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1 September, 1923
France

Las oscuras calles del barrio de Montmatre siempre me habían aterrorizado. Por tanto, caminaba a paso rápido, intentando no apartar mi mirada del suelo, ya que si miraba hacia cualquier rincón vería, probablemente, un intercambio de drogas, o un hombre con una prostituta que probablemente tendría el miembro más grande que él.

Me detuve frente a un antiguo y discreto edificio, las ventanas eran oscuras, y no se podía ver nada dentro. Un hombre, de espaldas anchas y mal aspecto, estaba frente a la puerta, con los brazos cruzados. Me acerqué a él y le miré tímidamente.

— ¿Quién eres? – preguntó con una voz profunda – ¿Qué quieres?

— Quiero ver a Béatrice.

— ¿Béatrice?

— Anaïsse – dije, recordando que ese era el nombre que ella usaba en el lugar.

— ¿Una admiradora? No puedo dejarte entrar.

— Soy su hermana.

— Iré a hablar con ella, espera aquí.

El hombre abrió la pesada puerta, haciendo que pudiera escuchar el sonido de la animada música del interior, donde el piano sonaba con alegría, junto a voces de chicas. Yo me quedé parada, con miedo de que alguien se acercara. De pronto, oí las voces de dos hombres, y al girarme les vi deteniéndose justo detrás de mí. Por un momento, creí que me harían algo, pero simplemente se quedaron mirando al edificio y luego me miraron a mí.

— ¿Han cerrado ya? – preguntó uno de ellos.

— Oh... no, el portero vendrá en seguida.

— ¿Eres nueva? Nunca te hemos visto por aquí.

— N-no, yo no... – antes de poder seguir hablando, escuché la grave voz del portero.

— Anaïsse te está esperando, sígueme.

Me giré para mirar al hombre y entré al edificio. La música sonaba todavía más alta, y las chicas cantaban y gritaban con fuerza, alegremente. Mientras tanto, la gente les miraba desde las mesas, mientras ingerían cantidades indecentes de alcohol. El hombre me hizo seguirle hacia el lado del escenario. Me llevó hacia una pequeña sala, donde picó a la puerta y entonces se fue. Entré lentamente, con algo de miedo, encontrándome con Béatrice por primera vez en años.

— Chloé... pequeña Chloé – dijo, poniéndose en pie mientras se ponía una fina bata de seda, aunque pude ver que tan solo llevaba la parte inferior de su ropa interior –. Que sorpresa, hermanita. ¿Cuánto hace que no nos veíamos?

— Dos años.

— Dos años – repitió ella –. ¿Qué haces de vuelta en Francia, Chloé? Pensé que te iba de maravilla, en Inglaterra, con tu amado padre.

— También es tu padre.

— Ese hombre no es mi padre – dijo, enfadada, acercándose a mí –. Nos abandonó, Chloé. ¿Por qué tuviste que ir a buscarle?

— Yo pensé que... – empecé a excusarme.

— ¡Me da igual lo que pensaras! ¡Ese hombre nos abandonó cuando más le necesitábamos! ¡Mamá había muerto, y él decidió irse con su otra familia, su otra mujer, sus otras hijas! – me gritó, cada vez más enfadada – ¡Mamá murió por su culpa! ¡A él no le importaba, así que no la llevó al hospital, y ella murió, sola en su cama! – los ojos de Béatrice se llenaron de lágrimas mientras seguía contándome la historia – Y él prefirió irse con su amante, darle una vida de lujos, lejos de nosotras. Y tú, en vez de quedarte con tu hermana, que te necesitaba... te fuiste a buscarle. Después de todo lo que nos había hecho... le preferiste a él antes que a mí.

Sinful loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora