4 Mai, 1924
FranceQuería levantarme, y hacer cosas. Los últimos dos meses los había pasado estirada en la cama, sin hacer nada más que tejer de vez en cuando, si las Hermanas me lo permitían. En aquel momento estaba, por supuesto, estirada en mi cama, en la celda más remota del convento, donde nadie podría verme. El Padre Poiré y las Hermanas del convento me habían ayudado muchísimo a mantener discreción con el tema de mi embarazo. Sabían que si alguien se enteraba de ello, podría arruinarme la vida. Por lo que me habían permitido quedarme escondida en el convento, hasta que tuviera al bebé.
No me gustaba estar sola en mi habitación precisamente aquel día. Hacía exactamente un año que había conocido a Harry, y si alguien me hubiera dicho que en un año me enamoraría de él, estaría a punto de casarme pero él me dejaría plantada en el altar, me obligaría a tener relaciones sexuales con él y me quedaría embarazada con un bebé suyo... no me lo habría creído.
Aquel día Harry no parecía querer salir de mi cabeza. Mi cerebro no hacía más que repetirme en bucle una y otra vez todos los recuerdos bonitos de nuestra relación, como queriendo obviar el daño que me había hecho. Mi subconsciente parecía no importarle que Harry ya no estuviera conmigo, parecía pensar que el chico cruzaría la puerta en cualquier momento y vendría a cuidar del bebé y de mí. Pero aquello no iba a pasar.
Por eso fue una gran alegría cuando vi a Béa cruzar la puerta. Mi hermana sonrió viniendo a darme un fuerte abrazo. Yo me incorporé un poco y la abracé de vuelta. Béa me acurrucó entre sus brazos, meciéndome levemente. Las hermanas no le permitían verme cada día, ya que decían que ponía en peligro mi salud, por lo que las veces que le dejaban venir a verme, eran maravillosas.
— Chloé, ¿cómo estás? ¿No tendrías que tener más barriga ya? – preguntó, poniendo su mano sobre mi barriga. Podía notarse que estaba embarazada, sin embargo, no demasiado, y ya estaba de 8 meses y medio.
— Sí, el Padre Poiré llamó a un médico porque estaba preocupado por eso mismo. Me examinó y dijo que el bebé seguramente saldrá bajo de peso, pero que parece que todo va bien.
— ¿Sabes qué?
— Dime.
— He traído algo... espera – Béa se levantó y salió de la estancia, volviendo solo unos minutos después con una silla de ruedas.
— ¿Para qué has traído eso?
— Para dar una vuelta por los jardines del convento. ¡Son preciosos! Y tú llevas aquí encerrada meses.
— ¿Crees que me dejarán las hermanas?
— Sí, les he pedido permiso, no te preocupes.
— ¿Seguro? – dije, arqueando una ceja, sin confiar en ella. No era el tipo de persona que pidiera permiso para hacer lo que ella quería.
— Seguro. ¡Venga, será divertido! Solo saldremos para que te de un poco el sol, y el aire... seguro que te sienta bien.
— Está bien, la verdad es que quiero salir de aquí... aunque sea por un rato.
— Vamos, te ayudaré.
Béatrice me ayudó a levantarme con cuidado de la cama y sentarme en la silla de ruedas. Luego agarró una de las mantas que había en mi cama y me cubrió con ella. Entonces se puso a arrastrar la silla hacia el pasillo. Por suerte, como las hermanas querían que fuera fácil salir de mi cuarto para cuando fuera a tener el bebé, estábamos en la planta baja, y no habría escaleras que bajar.
En unos minutos habíamos salido del convento, yendo a los jardines traseros que había en mitad del claustro. Aquel aislamiento era bueno, ya que nadie me vería desde la calle, solo las hermanas tenían acceso a aquellos jardines. Sonreí al sentir el calor del sol de primavera, y la suave brisa. Hacía meses que no había estado fuera de mi habitación, casi había olvidado aquella sensación. Cerré los ojos y sonreí, dejando que la naturaleza me abrazara. Escuchaba a los pájaros cantando una bonita melodía, y animales correteando entre las ramas de los árboles, probablemente ardillas. Por primera vez en un largo tiempo, me sentía viva.
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Sinful love
FanfictionEn un mundo en el que lo importante no es quién eres, sino quién aparentas ser; los secretos más oscuros deben pertenecer a tu pasado. Sin embargo, Dios siempre se encarga de que los pecados salgan a la luz. Marie Bennett