Le 4 Mai, 1923
EnglandLa primavera parecía retrasarse, parecía no querer llegar nunca a las frías calles de Inglaterra. Así que me arrimé más a la pequeña hoguera que habíamos hecho, aunque estaba segura de que no iba a durar mucho, ya que las nubes del cielo eran tan oscuras que parecían estar gritando que se avecinaba una tormenta.
Efectivamente, no más de una hora después, el cielo parecía un manto de agua. Litros y litros de agua caían sobre mí. Así que me puse a correr por las calles, intentando encontrar algún lugar en el que cobijarme. Encontré un establo cuya puerta estaba medio abierta, por lo que con disimulo me metí en ella. Dentro, dos caballos estaban comiendo heno tranquilamente. Con sigilo, caminé hacia la escalera que llevaba al pajar de la planta superior. Subí la escalera, con cuidado de no caerme hacia atrás.
Al final del lugar, en una esquina, vi un montón de paja amontonada. Aquel lugar me serviría de cama y, además, podría cubrirme para que nadie me viese. Caminé, procurando no hacer ruido, hacia aquel montón de paja. Con cuidado, me quité la camisa, ya que estaba empapada, y la dejé tendida. Entonces, cuando aparté la paja para hacerme hueco entre ésta, me encontré a un chico. Fui a gritar del susto, pero él se apresuró en cubrir mi boca.
— No hagas ruido, o nos descubrirán, tonta - murmuró.
Aquel chico pasó su brazo por encima de mis hombros y me hizo agacharme, hasta quedar sentada detrás del montón de paja, junto a él. Sus ojos verdes miraron hacia la entrada del establo, asegurándose de que nadie nos había oído, y que nadie se acercaba. Tras unos instantes de silencio, me miró.
— ¿Te mantendrás callada si te suelto? - asentí levemente con la cabeza y él, poco a poco, bajó su mano hasta dejar mi boca libre - ¿Qué haces desnuda?
— Oh... - murmuré, recordando de golpe que me había quitado la camisa - Estaba empapada... por la lluvia - expliqué, avergonzada -. Perdón, ahora mismo me visto - dije, alargando la mano.
— No, te pondrías enferma y estornudarías - agarró mi muñeca, sin dejarme alcanzar mi camisa -. ¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres? Tu acento no es inglés.
— Soy Chloé... vengo de París.
— Yo soy Harry - dijo, empezando a rebuscar en el montón de paja -. ¿Cómo has acabado en la calle?
— Yo... - miré hacia el chico, pero no quise explicarle las razones, debido al nudo que sentía en mi garganta, así que aparté la mirada, hacia el lado contrario.
— Yo me escapé del orfanato - explicó, sin ni siquiera mirarme todavía -. Hace ya años, obviamente. La policía me tiene ya fichado, saben quién soy. Me han pillado robando comida varias veces... Ten, puedes taparte con esto - dijo, a la vez que me tendía una manta.
— Oh... muchas gracias - murmuré, aceptando la prenda y enredándola alrededor de mi cuerpo, agradeciendo el poco calor que ésta me proporcionó.
— Si vas a quedarte aquí, tendrás que ser muy silenciosa - me advirtió -. Los dueños vienen bastante a menudo, a por los caballos - señaló -, así que no pueden oírnos, o acabaremos en el calabozo. ¿Entendido?
— Sí, señor - asentí levemente.
— ¿Señor? - rió - No soy ningún señor. Solo Harry.
Asentí levemente con la cabeza y me quedé mirando a los animales de abajo, que estaban tranquilos, probablemente a punto de dormirse. Yo sentí que mis párpados pesaban, cansados después de dos días durmiendo en la calle, sin ningún lugar en el que protegerme. De pronto, sentí como aquel chico, Harry, pasaba su brazo por encima de mis hombros. Mis mejillas se sonrojaron mientras me giraba a mirarle. Por un segundo, sentí que iba a desmayarme debido a la belleza del chico. No me había percatado hasta aquel momento de lo hermoso que Harry era. Su rostro parecía el de un ángel. Sus orbes verdes me estaban observando con detenimiento, mientras mis ojos recorrían su recia estructura facial. Su mandíbula afilada parecía ser capaz de cortar, pero su piel tenía el aspecto de ser suave y delicada.
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Sinful love
Fiksi PenggemarEn un mundo en el que lo importante no es quién eres, sino quién aparentas ser; los secretos más oscuros deben pertenecer a tu pasado. Sin embargo, Dios siempre se encarga de que los pecados salgan a la luz. Marie Bennett