Chapitre trente-deux

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3 Août, 1925
Paris, France

Chloé, tienes que llamarle. Tienes que saber la verdad. Te la tiene que contar él.

Es que tengo miedo de lo que tenga que decir. ¿Qué pasa si el padre estaba solo desvariando? Ahora apenas es consciente de lo que está pasando a su alrededor. Quizás no sabía bien qué estaba diciendo...

Por eso tienes que llamar a Harry – insistió Béa –. Hablar con él y saber si lo que dijo el Padre Poiré es cierto o no.

Sí... tienes razón – suspiré –. Voy a llamarle.

Está bien, yo saldré a comprar la comida – dijo mi hermana, poniendo su mano sobre mi hombro –. Así tienes intimidad para hablar con él. Estaré de vuelta pronto, y estaré aquí para apoyarte. Sea lo que sea lo que Harry diga.

Gracias, Béa.

Mi hermana me sonrió antes de ir a la puerta, cogiendo su bolso del perchero de la entrada y saliendo a la calle. Yo fui a mi cuarto, donde tenía la tarjeta que el Padre Poiré me dio cuatro días atrás, antes de que empeorara gravemente. Entonces regresé al salón y me senté junto al teléfono. Miré al aparato por unos segundos, necesitando tomarme un momento para dar una profunda respiración que me ayudara a calmarme. Entonces, poco a poco, moví la ruedecilla del teléfono, marcando los números que había en la hoja.

— Catholic Church of Hastings – atendió una voz masculina al otro lado –. Habla el obispo Jacobs.

— Buenos días, obispo Jacobs. Mi nombre es Chloé Labelle. Me preguntaba si podría hablar con el Padre Belcher.

— ¿Es usted familia? No puedo dejarle contactar con él a no ser que sea familia.

— Sí, obispo. Soy su prima – mentí, sabiendo que era la única manera de hablar con él.

— Está bien, señorita Labelle. Iré a buscar al Padre Belcher. Espere un momento.

Escuché un leve golpe en el teléfono, supuse que fue cuando el obispo dejó el aparato sobre la mesa para ir a buscar a Harry. Mi corazón empezó a palpitar con tanta fuerza que me sentí mareada por un momento. No sabía qué iba a hacer, ni siquiera cómo iba a reaccionar ante lo que Harry pudiera contarme.

— ¿Chloé? – preguntó la asombrada voz de Harry, de repente – ¿Eres tú?

— Sí... soy yo... Hola.

— ¿Cómo has sabido dónde estaba?

— El Padre Poiré me dio este número, para que te contactara y me asegurara de que estuvieras bien una vez él se... fuera.

— ¿Cómo está?

— Mal... el doctor dice que duda que viva más de una semana. No reconoce a nadie, apenas puede hablar.

— Eso es una pena. Era un buen hombre.

— Sí... Pero hay algo de lo que quería hablarte.

— Claro, ¿de qué?

— Antes de que empeorara... – suspiré – El Padre Poiré me contó... cosas.

— ¿Cosas? ¿Qué cosas?

— Cosas sobre ti.

— ¿Sobre mí? P-pero... no, él no puede hacer eso.

— Estaba preocupado por ti, Harry. Solo quería saber que habría alguien que cuidaría de ti.

— N-no sé qué te contó, pero seguro que es mentira. Le conté muchas mentiras para que sintiera pena por mí y no me echara de su congregación.

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