La Hipocrita

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Tomó otra bocanada de aire fresco y apretó sus uñas contra sus delgados brazos. El áspero rumor del viento le alborotó las cabelleras y espabiló su falda, sin embargo, la joven mesera no se movió de su lugar. Parecía una escena que ya había vivido una vez, sin embargo esta vez, el final concluiría con su derrota.

Silas repasó sus ojos a lo largo de la imponente entrada de su empresa y encontró lo que estaba buscando en el pequeño rincón del lado izquierdo de la puerta de cristal. Con una falda floreada y una chaqueta de Jean asquerosamente vieja, la joven chica se encogía del frío matutino.

Algo en Silas hizo click en ese momento.

Se vio a sí mismo avanzando bruscamente al lugar donde la joven mesera se retorcía de frío. La cascada color rojo se alborotó nuevamente por el viento y todo lo que el hombre pudo aspirar fue un aroma empañado en fresas y flores frescas. La chica se alzó sobre sus dos pies y lo miró con sus orbes esmeraldas refulgiendo en odio y determinación.

Alzó su barbilla y se cruzó aún más sus brazos sobre sus pechos a modo de protección. No te idea de por qué, pero la mirada oscurecida que el hombre le dio al verla bien parada al final de las escaleras de mármol no le gustó nada.

¿Qué diablos había sido aquello? A simple vista no podía superar el metro setenta, era languiducha, plana y sin una pizca de gracia.
Pero joder, por la reacción que tuvo en ese momento, una pequeña alerta se encendió en su cabeza.
¿Quien le había enseñado a esa niña a mirar de esa manera? La hacía parecer ingobernable, salvaje y jodidamente caliente.
Y si Dios sabía algo de su filosofía de vida era que para Silas Di Vaio no existía tal cosa como algo inalcanzable.

La fiera era bonita.

—Señorita Genolet, me pregunto seriamente ¿A que se debe su visita esta vez?

Cassandra tomó aire. Se repitió a sí misma que debía mantener la calma, y así lo hizo, o al menos trato de parecerlo.

—Creo que lo sabe mejor que nadie "Señor".—escupió con veneno.

Al menos lo intentó.

Era alto. Jodidamente alto. Tenía un aura macabra y peligrosa alrededor que la hizo temblar por un segundo, sin embargo se recompuso.
No era la primera ni seria la última vez que enfrentaría un tipo de su calaña. Sin embargo cuando el macabro personaje dio tres pasos hacia adelante cortando la distancia entre ellos, Casandra no retrocedió.
Su perfume se estrelló contra su cara y por alguna razón que Cassie no comprendió su rostro  empezó a arder.

—¿No quiere continuar nuestra conversación en un lugar más privado, donde podamos estar  los dos solos?—Su aliento rebotó de sus labios hasta su mejilla, cortesía de la lentitud y la sensualidad con la que Di Vaio susurró aquellas palabras.—¿Y bien? ¿No dice nada?

Cassandra se quedó de piedra por la cercanía de aquel villano sin embargo tragó duro y se apresuró a responder de la manera más hosca que encontró.

—Creo que usted más que nadie quiere terminar con esto de una vez. Lo sigo.—El aliento de Cassie se estrelló contra los labios de Di Vaio. Cualquiera que no los conociera hubiera jurado que estaban a punto de besarse.

Su ceño no se relajó por un segundo y aquellas mordaces palabras solamente excitaron al hombre a un más.

Di Vaio extendió su brazo a modo de galantería hacia la hosca pelirroja. Cassandra solo intento no matarlo allí mismo. Más bien, empujó su brazo y caminó determinada hacia adentro del edificio.

En ese momento, Cassandra Genolet no sintió más frío.











Cerdo.

Doble moral [Con pecado concebido *02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora