La Soñadora y El Demonio

2.1K 82 10
                                    

La del cabello rojo lanzó otro alarido a la multitud, logró codearse entre el tumulto de personas encarnizadas que se organizaba justo en frente del edificio empotrado en cristal, y volvió a recriminar contra aquellos.

La chica chasqueó la lengua y tomó un pequeño respiro de aire limpio. Sin embargo no importaba cuan sofocante fuera encontrarse entre la concurrida multitud de personas que lanzaban gritos como si no hubiera mañana, se había prometido así misma que esta vez no se dejaría vencer por ningún sucio capitalista con hambre de poder.

Las sirenas en rojo y azul chillaron en la distancia, aun asi, Cassandra Genolet no se movió de su lugar. Si había algo que la joven adolescente poseía era fuerza de voluntad, eso y unas incansables ganas por agitar el orden público.

—¡Cerdos capitalistas! ¡¿Por que no enfrentan las consecuencias como hombres?! ¡Corruptos!

La chica se revolvía entre los brazos de dos hombres que trataban de contener su irreverente arrebato. Dos y tres golpes, más gritos alrededor suyo, un zumbido lastimero, personas cayendo y siendo pisoteadas las unas por las otras, el incesante sonido de las sirenas y los perros acuclillando lo poco que quedaba de la protesta.

Cassie lloró de la rabia, pero aún así, cuanto más la golpeaban los perros con sus manos, más ganas tenia de gritar y formar alboroto.








Una desgastada y golpeada muchacha descansaba al final de una celda. Sus piernas entumecidas de las patadas que dio para liberarse, y su rostro lleno de moretones y hematomas.  Mordió sus uñas como por centésima vez y repasó su mirada a lo largo de toda la comisaría.

Malditos perros del gobierno.

Solo esperaba que la sacaran de ese mugroso lugar solo para demostrarles a todos esos inmundos corruptos que su espíritu no podía ser quebrado por ninguna porra.

—Es una cría, debe haber alguien que esté cuidando de ella.—Pudo escuchar a la distancia como uno de los perros se refirió a su persona.

Ella era la única que sobraba en ese lugar. Todos los demás habían sido sacados de allí o llevados a prision. Sin embargo, ella era menor de edad, y por eso, seguía recluida en esa mugrosa celda de metal.

Cassie rechinó los dientes al punto de que casi se saca sangre. Aún así, su silencio seguiría siendo su arma.

No les daría nada que ellos quisieran, dada la situación en que se encontraba era obvio que llevarle la contraria a las personas era uno de los placeres de los que más disfrutaba.

—Ya te dije que se niega a decir nada, algo relacionado con una protesta silenciosa, no vas a sacarle palabra alguna. Solo mírala, la pobre chica recibió una golpiza brutal, no debe querer saber de nosotros.

La mujer que la menciono primero se acercó al pequeño lugar donde se encontraba y la miró con lastima.

—¿Tienes a alguien a quien llamar? Llevas aquí dos días niña y nadie ha preguntado por ti, será mejor que digas algo si no quieres que llame a servicios infantiles.

La adolescente soltó una carcajada antipática y torció su mirada hacia la castaña detrás de los barrotes.

Era obvio que no sacaría nada de ella.

—Bien, si así lo quieres, llamaré inmediatamente a servicios infantiles.

La del cabello rojo recostó su cabeza contra el mugroso concreto y por un segundo se permitió cerrar los ojos.

Lo único que veía era el inmenso verde, el inmenso verde que tanta felicidad le había traído cuando aún era inocente del mundo. El aroma a primavera, a verano, a flores silvestres, y a incontables días bajo del sol.

Doble moral [Con pecado concebido *02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora