Sangre se paga con Sangre

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—Me la recuerdas un poco.

El acento francés fue lo primero que noto mientras el silencio se prolongaba. La joven conectada a aquellas máquinas no supo que responder. Tenía la garganta seca y el pecho le dolía.

—Ella era como tú. Exactamente igual a ti—Dijo aquella mientras se acercaba a Cassandra.

Los delgados dedos acariciaron su mejilla con un gesto que casi parecía robótico. Sus ojos parecían muertos en aquella cara tan hermosa. Era una mirada distante, una mirada que quisiese o no, ya había visto en otras caras. Más tristes o más perversas que la de ella.

—No es algo que se espera de mí ser compasiva, sin embargo, he decidido hacer una excepción.

Cassandra seguía sin decir nada. Su cabeza le dolía. Su cuerpo ardía. Sentía que si se movía un milímetro algo se le rompería y cuando las largas uñas de la mujer recorrieron el hematoma en su rostro con delicadeza, su pulso simplemente se disparó.
La mujer ignoro el incesante pitido de aquella máquina a un costado de la joven y continuó con su examen.

—¿Quien es usted?—Dijo ella con un hilo de voz.

La risa cantarina de la mujer cortó el silencio de la habitación, pero por alguna razón Cassandra no se permitió bajar la guardia.

—¿No me reconoces, queridita?

Ella hizo una mueca de dolor.

—Te he dicho que me recuerdas a tu madre con esos ojos tan... inocentes.

A Cassandra le dolía la cabeza y cada palabra de la mujer empezaba a sonar distante. No quería pensar en absolutamente nada. Solo quería dormir, olvidarse un rato del dolor. Se sentía aturdida, los recuerdos eran como un barco sin dirección ni rumbos, navegando en aguas demasiado turbulentas y demasiado profundas.

Su nombre se perdía entre las olas de su memoria. Su mundo parecía una pintura arruinada por la humedad, con los colores chorreados, sin ningún patrón ni nada que le dijese quien realmente era ella.

La voz de la mujer volvió a interrumpirla.

—¿Me estás escuchando, queridita? ¿O quizás preferirías volver a la inconsciencia? Sé de alguien a quien le molestaría demasiado ese deseo. Alguien que contra todo pronóstico parece amarte.

Algo se encendió dentro de ella. Un nombre era susurrado entre las sombras, cinco letras que significaban todo para ella ya que el estremecimiento de su cuerpo era real.

—Se llama Silas.

El chirrido de la máquina en su costado se volvió errático. Su garganta se puso más rasposa. Su cuerpo entero estaba deshidratado pero aún así en sus ojos empezaron a formarse lágrimas.

—No vine para alterarte queridita, tan solo quería charlar un rato contigo. Después de todo, somos parientes.

—No la conozco. Lo lamento.

Una sonrisa que no le llegó a los ojos se plasmó en su rostro.

—Yo quiero contarte una pequeña historia querida, la historia de una familia conformada por una jauría de zorros.

Su tono se volvió cantarino, como si se dispusiera a contarle una verdadera historia para dormir. Cassandra solo pudo poner atención.
>> Dos gemelos nacieron hijos de una madre que no los quería y un padre que desapareció antes de saber que su mujer estaba embarazada. Los niños no fueron normales ni siquiera en un principio. Su madre siempre dijo que estaban malditos. Y tal vez sí lo estaban. Después de todos sus cabellos eran tan rojos como la sangre que fluía por sus venas.

Doble moral [Con pecado concebido *02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora