Celos enfermizos

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—Retiro lo dicho—Dijo el rubio al pelinegro.

Silas lo miró sin entender.

—Tal vez si tengamos el mismo gusto en mujeres—Bebió más de su copa de champagne y le dedico otra mirada a Cassandra.

—Trata de ponerle un dedo encima y veamos qué pasa.

Giovanni soltó una risita maliciosa.

—¿Qué pasa contigo Di Vaio? Nunca habías sido un marido celoso.

Silas hizo una mueca.

—No te culpo amigo, hasta a mí se me olvidó que solo tiene diecisiete años.

Silas lo ignoro y tragó más de la copa. No podía apartar su mirada de ella. La había mandado a buscar más alcohol, e inmediatamente se arrepintió. Nunca había sido un hombre celoso, era demasiado fácil desinhibirse de sus relaciones clandestinas con esas mujeres, celar a una mujer era darle demasiada importancia en su vida, por lo que simplemente las ignoraba.

Pero a esta, a esta no podía ignorarla.

Casi se cae dos o tres veces que la vio acercarse al mesero por la bebida, y aún así no parecía ni el mínimo avergonzada, no había preguntado más de lo necesario y ni siquiera se había inmutado algo tomando en cuenta en la extravagancia de la que estaba rodeados. No parecía interesada ni siquiera en él, y eso lo cabreada. A este punto debería estar deslumbrada por el mundo que él podría ofrecerle, debería estar loca si es que no deseaba juntarse con toda esa pomposidad.

No le regalo ni una mirada a las mujeres que cotilleban a su izquierda, siguió de largo tratando de concentrarse en no tropezar y por fin le tendió su dichosa copa de champagne a Silas.

—Es la fiesta más aburrida a la que jamás me hayan invitado.

Silas trago de su copa.

—No sabía que asistieras a muchas fiestas—Repuso gruñón.

—En realidad no, la mayoría eran de mi tía, esa mujer adora ser el centro de atención y es una cocinera excelente.

Al decir eso, su semblante pasó de animarse a entristecerse fatídicamente.

—No sé lo que haría sin ella. Es la única persona con la que en realidad cuento, no tengo a mas nadie.

—Me tienes a mí—Dijo distraído.

Y Cassandra lo miró sorprendida.

—No se me olvida que usted es la razón por la que estoy en esta situación.

—A tu tía no le va a faltar nada. Ni mucho menos a ti.

Cassandra se rio amargamente.

—¿A costa de que? ¿De que me siga prostituyendo con usted?

Y salió disparada para no patearle la cara como se lo merecía. No conocía a nadie y no sabía a donde ir, pero de alguna forma terminó por parar a un precioso balcón que daba con un gigantesco Jardín.

Cassandra suspiró.

Toda esa gente, todo ese dinero, y habían personas que daban sus vidas por una hogaza de pan. Si ella fuera así de rica. No. Inmediatamente deshecho la idea. Siempre le pasaba lo mismo ¿Como iba a cambiar su vida si seguía enredada en enzoñaciones que no daban a ninguna parte? Su tía estaba enferma y lo único que esa mujer le pidió fue que se alejara de los problemas, y vamos Cassandra, Silas Di Vaio es el problema mayor.

Quiso estudiar agronomía desde que tuvo uso de razón. Que podía decir en su defensa, le gustaba el campo, siempre había querido vivir en un lugar pacifico donde pudiera aportar un granito de arena al mundo y al mismo tiempo ser ella feliz. Hasta había considerado la idea de casarse, quizás adoptar y tener un perro, dos vacas y hasta quien sabe, un par de ovejas. Lo sabía, era absurdo, y hasta patético si lo pensabas bien, pero que podía hacer, era su sueño.

Doble moral [Con pecado concebido *02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora