Promesas y Castigos

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—Prométalo.

El hombre de los ojos azules siguió viendo por la ventana el panorama desolador de aquel hospital. Odiaba los malditos hospitales y su aura deprimente y odiaba encontrarse en esa situación tan de porqueria.

—Prometa que cuidará de Cassandra cuando yo me muera, si es verdad que la quiere y después de lo que le he contado, prométalo. Prometa que nunca abandonará a mi niña.

—No tengo que prometer nada—Arremetió él.—No voy a dejarla ir nunca.

La mujer tocio con fuerza y con debilidad intento tomar una segunda bocanada de aire. Sus ojos estaban demasiado alicaídos, las lágrimas empañaban su rostro y por el estado de su cutis era más que obvio que Di Vaio estaba frente a una enferma terminal.

—Cassandra no va a terminar como su madre, Cassandra se merece un hombre que la proteja y la amé con todo su corazón y aunque no puedo asegurar que  usted tiene un corazón o no, puedo ver fácilmente el efecto de mi sobrina en usted. Puedo ver su ansia y anhelo hacia ella, un hambre que le carcome hasta los ojos, tampoco puedo saber si esa  hambre es buena o mala, bien sabe Dios que mi hermana provocaba ansias que mataban. Pero puedo fácilmente ver que esta desesperado.

Di Vaio apretó la mandíbula. La mujer tenía razón. Estaba como loco. Había retrasado la maldita demolición después de que Cass se escapara, aquella había sido solo una movida desesperada para traerla de vuelta a su lado ¿A quien engañaba? Se había vuelto loco desde que le habían informado de la reunión de Cass con Baltimore.
El imbecil quería comprarle de nuevo el terreno, y él sabía perfectamente cuál era la razón ¿Que tipo de hombre gastaría tantos millones así como así en una desconocida? Sebastián Baltimore sentía algo por Cassandra. ¿Como se atrevía? ¿Como se atrevía a mirar lo que era suyo? ¿Como se atrevía a tratar de arrebatársela? Estaba como loco.
Pensó lo peor de Cassandra como siempre solía hacer con las demás personas. El maldito problema era que Cassandra no era como lo demás personas, ella era especial, especial para él. Especial. ¿Que mierda significaba eso?

Pues lo obvio. Silas Di Vaio se había enamorado.

Se volvió más loco.

Más loco de lo que estaba.

Destrozó su oficina, golpeó a varios tipos en un bar. Se emborrachó. Y por alguna extraña razón termino llorando en su ducha.
Era la primera vez en toda una vida que experimentaba una desazón como aquella. ¿Que otra explicación pudo encontrar? Cassandra Genolet lo había jodido, y él había jodido su última oportunidad con ella. Había actuado como un bruto y un animal. ¿Quería castigarla? En realidad se estaba castigando el mismo. ¿Por que quería empeñarse en sacar a relucir lo peor de Cass? Fácil. Era más simple si la demonizaba, si la convertía en una arpia, un demonio, una hipócrita. Era más fácil pensar de ella lo peor que pensar que en verdad la chica era un puto ángel. Porque pensar en Cassandra de esa manera era peligroso.

Su cabello rojo.
Sus ojos tan puros.
Sus piernas.
Su voz.
Sus gritos.
Su mal humor.
La jodida manía que tenía de comerse las uñas.

Pensar lo peor de Cassandra era más simple que aceptar que se había equivocado con ella, de esa manera se protegía a sí mismo y a sus ideales de toda una vida de caer en la realidad.
Pensar lo peor de ella lo protegía de enamorarse.

Las personas son mentirosas, pero ella siempre me ha dicho la verdad.
Las personas te decepcionan todo el tiempo, pero he sido yo el que la ha defraudado.
Las personas solo tienen segundos intereses, pero su sonrisa siempre ha sido sincera.
Las personas solo piensan en sí mismas, pero ella ha vivido una vida pensando por los demás.
Las personas no pueden amar a Silas Di Vaio, pero ella... ella.

Doble moral [Con pecado concebido *02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora