Paolo

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(Más o menos así me imagino a Paolo. Con los ojos más verdes y el cabello más rojo)

El peso que arrastro me impide levantarme como quisiera. El peso que arrastro conmigo terminará por matarme algún día.

Tengo las piernas entumecidas, los labios resecos y el estómago descompuesto. No recordaba cuando había sido mi última comida. No recordaba haber tomado agua ni siquiera.

Pero sabía que este infierno era mejor que aquel otro. Suciedad y vergüenza eran dos palabras que arrastraba sobre mis espaldas. Me imaginaba a mi misma como el titán Atlas sosteniendo la bóveda celeste a cuestas, me sentía como Medusa al ser violada por Poseidon, y luego convertida en un monstruo terrible. 

No era muy fuerte, ni muy inteligente pero no por eso merecía haber vivido aquello. No por eso merecía este tipo de vida.

Ni siquiera podía llorar pues las lágrimas se me habían acabado hacía ya mucho tiempo. En realidad no sabía muy bien a donde debía ir, a quien debía acudir, que debía hacer. Tenía quince años, no se suponía que una niña de quince años viviese este tipo de situación tormentosa. Pero así era la vida, y más una vida como la mía.

Suciedad y vergüenza.

¿Habrá alguna persona allá afuera que pueda intentar amarme un poquito? ¿Habrá algo de esperanza para mí? No pido mucho. No pido demasiado. Solo quiero un poco de pan caliente con algo de café y algún regazo cálido en el que encogerme hasta poder desaparecer.

Isidora no merece ser feliz. Isidora ha nacido para vivir en la desdicha. No tengo un buen padre, no tengo una buena hermana, ni siquiera tengo un buen cuñado.

Suciedad y vergüenza.

Sin embargo...

Si escapé de casa habrá sido porque yo me rehuso a creer que la felicidad me es demasiado negada. Estoy en busca de mi propio camino, mi propia tabla de salvación y mi propio pedacito de cielo personal.

Francamente solo me dediqué a correr luego de que ese hombre intentara violarme de nuevo. Solo corrí y corrí. Mis sandalias estaban desgastadas, tenía algunos raspones en las pantorrillas y algunos golpes producto de mi patética defensa personal en el interior de mis muslos ¿Donde estaba con exactitud? Solo veía un paisaje desolado repleto de miles y miles de árboles de ciruelas. Me sentía mal por robar. Pero qué más daba, estaba hambrienta y las ciruelas eran lo único que tenía a la mano.

Me podía llevar muchas más en mis bolsillos y quizás eso me ayudaría a llegar al poblado más cercano. Ya después vería como escapar del país.

Había reunido ya un pequeño montóncito de las frutas y me comía las otras con tal desesperacion que incluso pensé que me iba a tragar la semilla. Traté de no pensar en lo que dejaba atrás, en alejar los pensamientos negativos y concentrarme en mi pequeño pedacito de cielo.

Mi ansiada libertad.

Isidora si merece ser feliz ¿Verdad? Merezco algo de alegria para variar. Y la idea me divierte un poco,  mientras chupo de una de las ciruelas más agrias de mi pequeña fortuna.

—Esto es propiedad privada—Dice la voz más profunda y escalofriante que escuché en toda mi vida.

No me quise girar. Sabía que debía salir disparada pero era imperativo llevar conmigo a las frutas. Debía huir enseguida. Pero antes de que si quiera me levantara del piso tenía en frente unos zapatos negros de esos que seguro estaban hechos a la medida.  Seguía encogida en mi posición fetal acunando las pobres frutas en mi regazo como si mi vida dependiera de ello.

Doble moral [Con pecado concebido *02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora