Pecados +18

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Aunque sea pecado yo me siento en el cielo.

Cassandra Genolet abrió los ojos de impacto. Estaba desnuda. En una cama que no era suya. Al lado de un hombre que había conocido hacía menos de dos semanas. Un hombre mayor. Un hombre que se suponía debía despreciar. Simplemente había dormido con un hombre.

Se había acostado con un tipo y Había regalado su virgnidad.

¡Se había acostado con Silas Di Vaio!

El demonio dormía plácidamente a su lado, la musculatura bronceada y el cabello ondulado del hombre rozaban con una pintura prohibida, una escena que gritaba la palabra pecado por todas partes. Un pecado del que ella había sido parte.

Ese hombre era en verdad el demonio.
Un demonio que parecía más un ángel. Nunca había visto a un hombre dormir, menos tan plácidamente como aquel lo hacía, y obviamente nunca una escena le había provocado sentimientos tan contradictorios. Porque eso era lo que estaba experimentando, se sonrojó de pies a cabezas mientras rememoraba todo lo que aquellos labios y aquellas manos le habían hecho la noche anterior.

Culpabilidad, lujuria.

La chica se dio a la fuga. Con todo el cuidado que recolectó, se deshizo del agarre de las sábanas y comenzó a vestirse apresuradamente. Un dolor punzante la atravesó en dos. Se sonrojó más de lo que estaba al darse cuenta de donde provenía dicha molestia.

Silas sintió la ausencia de un cuerpo a su lado. Algo le faltaba. Adormilado por fin cruzó miradas con aquella chica. Estaba en ropa interior. Unas bragas infantiles era lo único que la cubría. La joven se llevó las manos a los pechos y lo miró con terror y vergüenza.

No pudo evitarlo.

Tiró de ella hasta hacerla caer en la cama y la aprisionó contra su cuerpo ya completamente despierto.
No la dejó replicar porque ya la estaba besando.
Su boca exploró con un hombre ciega la cavidad de la chica y lamió lo más que pudo el dulce néctar de sus pequeños labios. Cassandra respondió tímida. Sobresaltada por el impulso tan ardiente de Silas.
No se atrevía a mirarlo.

La luz del sol iluminaba toda la habitación testigo de aquella pasión desenfrenada a la que ella misma se había conducido al fin y al cabo.

Di Vaio dejó de besarla.

—¿Por qué no me miras?—Arremetió ceñudo.

Cassie se negó a enfrentarlo.

—Dime algo niña, ¿disfrutaste lo de anoche?

Ella seguía sin mirarlo.

—Claro que lo hiciste. Podría apostar a que estas deseosa de que te folle de nuevo.—Empalmó su cuerpo al de ella y de una sola estocada Cassandra no fue capaz de respirar.

Abrió los ojos como platos y la incomodidad hizo meollo en ella.
El azul de los ojos de Silas se reflejó en el verde de Cassandra. Y cuando Silas se empezó a mover Cassandra supo que estaba perdida.

El hombre enterró su rostro en los bonitos senos que la chica le ofrecía y se comprometió en hacer trizas la resistencia de la joven. Inmediatamente los gemidos llenaron la habitación. El cuerpo de Silas se moldeaba perfectamente a las delicadas curvas de la pelirroja y empujaba con una fuerza ciega y desenfrenada, el sentimiento de poseerla era tan crudo que simplemente prefirió no contar el tiempo que transcurría mientras la hacía suya. El contacto de ella era tan puro y tan caliente que la combinación de sus sabores arremetía duramente en contra del autocontrol de Di Vaio.

Cassandra sintió que le dolía y que le incomodaba pero por alguna extraña razón masoquista no quería que parara. No se permitió a sí misma abrir la boca y descargarse, trató de aguantar con toda la dignidad del caso las incontrolables arremetidas de Silas. Sintió sus labios besar su cuello, su respiración entrecortada en su oreja y como su nombre se resbalaba y se perdía en una serie completa de gruñidos. Pero no flaqueo. No le daría la satisfacción, no le daría nunca lo que quería. Le iba a demostrar que ella pelearía, que ella ofrecería resistencia, y que aunque todo su cuerpo ardiera con solo el roce del hombre ella no sucumbiría a las garras de aquel tipo.

Doble moral [Con pecado concebido *02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora