Extraños parentescos

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Siguió riéndose. Siguió riéndose hasta que se quedó sin aire.

La espesa cera de la vela quemaba la piel de aquella mujer como una tortura lenta pero certera. Sollozos y más sollozos.

Su cabello pelirrojo parecía arder del mismo color que el fuego de toda esa habitación.

Su cara era hermosa pero su alma estaba podrida.
Aquella mujer nunca podría olvidar aquella risa. Ronca y sin gracia. Profunda pero filosa.

Y sí, su cabello era fuego, pero su alma era frío.

Quema. Quema.

Arde. Arde.

Limpia. Limpia.

El fuego quema, arde y limpia.

Su lengua mojó sus labios con un gesto que le recordó por mucho a una serpiente.
Su expresión era indescifrable, de un lado las velas de la habitación iluminaban parte de aquel bello rostro y del otro lado solo había una oscuridad traicionera.

—Jaque mate.

Y todo solo se volvió negro.

Cassandra despertó aturdida.

Consciente de la mirada fija sobre su persona. Miró a todos lados, su corazón se aceleró y sin embargo permaneció impasible.

Habían pasado ya varias semanas desde que había despertado, y con él pasar de los días era más consciente del dolor en sus articulaciones, su cuerpo, su pecho, su cabeza.
Su boca estaba reseca y tenía el sabor de los antibióticos en su lengua. Las pesadillas no habían mermado y su memoria parecía fortalecerse con su lenta recuperación. Cassandra respiro profundamente.

No le había dicho a Silas nada acerca de ese día. Y él no había querido insistir demasiado, lo cual estaba bien con ella.

Sin embargo, todavía podía sentir los gritos histéricos de aquella mujer en sus oídos, podía sentir el frío afilado de aquel coche golpeando contra su cuerpo, y podía sentir el sonido de sus huesos reventados contra el asfalto.

Había un aroma que no podía reconocer. Un perfume que parecía decidido a quedarse en su habitación, y advertirle, advertirle algo que ella no lograba entender del todo.

Siguió mirando el extraño broche en su mano derecha y sintió un escalofrío.

Conocer a Diane había suponido una revelación, un pequeño vistazo de lo que había sido la vida de su madre, y panorama amplio de lo que había sido la vida de su padre.

Sus palabras resonaban en su cabeza. Como un veneno, como una maldicion, como una emoción a la que no le podía poner nombre.

Sintió otra vez pánico.

Algo había cambiado dentro de ella. Era una promesa, una advertencia, una amenaza, y casi podía sentirlo corriendo bajo su piel, esperando el momento justo para derramarse hasta ahogarla a ella, y a todo lo que la rodeaba.

No lo quería dentro de ella. No quería todo ese odio. No quería toda esa oscuridad.

—Debo reconocer que realmente moría por volver a verte—Una voz profunda y sensual interrumpió sus pensamientos.

Sebastián Baltimore le miró con ternura.
Llevaba un ramo de rosas gigante en un brazo y una sonrisa dulce y agradable en el rostro.

Cassandra le sonrió con vergüenza.

—Sebastián ¿Que estás haciendo aquí?—Dijo ella tímida y adolorida.

Doble moral [Con pecado concebido *02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora