Vino derramado

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El vino se había derramado sobre toda la inmensa mesa. La mujer de cabello canoso trataba a duras penas de sacar el color rojo de aquellos manteles blancos sin herirse sus propias manos al frotar con fuerza las telas,  entonces suspiraba, suspiraba tanto. Observando con detenimiento la escena que se dibujaba en la raíz de aquel manzano.

Habían tres personas posicionadas bajo el árbol. Cada una contemplaba aquel inmenso paisaje con cierto aire de misterio. La mujer canosa negó mientras se apresuraba a quitar la mancha.
Negó de nuevo con su cabeza mientras recordaba cuantas otras veces había visto la misma escena, el mismo árbol, y a diferentes personas.

Con el pasar de los años ya casi nada le sorprendía. Con el pasar de los años la sangre se le había helado, con el pasar de los años había dejado de sentir hasta lo más básico por cualquier otra persona.

Se hubiese ido hace ya un quinquenio de no ser por la desesperada situación en la que se encontró una vez llegó a esa casa. Era judía cuando había llegado allí, y en Italia el ser judio era peor que ser pobre. El entrar a trabajar en semejante mansión le pareció una bendición del cielo, pero juzgó prematuramente la situación.
Nada la preparo para el azote de realidad qué se encontró en aquel refugio.

Restregó más el mantel manchado de rojo y suspiró.

Los amos más jóvenes seguían mirando aquel condenado árbol como si fuese lo único que les diese consuelo.

Tal vez debió ser más valiente. Tal vez debió pelear por aquellos niños que habían dejado de serlo hacía ya mucho. Tal vez debió intentar salvar sus propias almas. Pero qué más daba , cuando las garras de aquellos otros habían hecho sangrar hasta su propia alma.
¿Cómo protegerlos a ellos cuando no pudo protegerse ella misma?

La mujer canosa negó con la cabeza.

—Esa mancha no saldrá.

La mujer canosa no respondió.

Siguió restregando y restregando.

La risa frívola y filosa no tardó en aparecer.

—¿Que te parecen mis hijos Edna? Impresionantes ¿no es así?

Los fríos dedos de la mujer acariciaron el pálido rostro de la anciana para acomodarle los mechones blancos que caían sobre su frente. La anciana palideció. Ella jamás tocaba a nadie, y cuando lo hacía, solo era para hacerles daño. No dejó su tarea.

—Pobre, pobre Edna. Siempre rodeada de dificultades. Siempre triste.

La mano de esa mujer jaló de la sábana manchada como contemplándola. El ojo azul de aquel bello rostro era como un pozo sin fondo sobre su cara.
La mujer de cabello canoso escondió su rostro hacia sus manos para detener el temblor que le invadía cada vez que alguno de ellos se le acercaba demasiado.

—Si pudiera les sacaría los ojos—Dijo la mujer refiriéndose a sus hijos—Una vez lo intenté, lo sabes ¿verdad? Una vez casi lo consigo. Casi consigo borrar ese horrendo color de sus miradas.

Claro que se acordaba. ¿Como no podría recordar aquella vez?

—Soy demasiado benevolente con ellos ¿no crees Edna? Mi padre nunca fue benevolente conmigo.

¿Como no podía acordarse de eso?La mujer apretó sus dientes y contuvo la respiración. Casi al borde de un grito. Al borde de un grito que nunca por más que quisiera no saldría de su garganta.

El parche sobre su ojo derecho era la prueba.

—Ay Edna, hay veces que realmente desearía tener a alguien con quien conversar. Será la vejez.

¿La vejez? Aquella mujer parecía todo menos vieja. Tenían la misma edad, y aquel cabello pelirrojo no había perdido su brillo con el pasar de los años. La piel seguía siendo macerada y blanca, sin imperfecciones. Ni los embarazos habían arruinado su figura, ni la vejez había terminado por apaciguar la maldad de aquella mujer.

Luego de eso, se rió con ganas. Se rió con muchas ganas.

—Pero luego me acuerdo de ti. Me acuerdo de que tú ni siquiera puedes hablar. Entonces me siento mejor.
¿Qué con esa expresión? ¿Otra vez pensando en asesinarme? Edna, Edna, te lo tengo dicho, el día que decida morirme de una vez por todas, no me iré sin haber derramado más sangre conmigo.

Edna siguió lavando. Lavando el vino de aquel mantel. Suspiraba, suspiraba y volvía a suspirar.

—Detesto él jugo de manzana—Dijo como para si misma—Me va más bien el vino.

La mujer pelirroja se giró hacia Edna con una sonrisa espectacular. Y entonces la sirvienta pensó que en verdad era una escena que ya había visto antes. Cuando el padre de esa mujer aún vivía. Él había dicho exactamente lo mismo.

—¡Diane, Phillippe, Paolo!—Gritó—Es hora de cenar.

Se dieron la vuelta en ese mismo orden. Como muertos vivientes miraron a la mujer que les había dado esa vida. No la habían visto por cinco años, y ni siquiera eso bastaba para que la expresión de sus rostros cambiara. Ya nada les sorprendía, nada les dolía, nada les..

Pozos vacíos. Pozos como el pozo en el que ella misma lavaba el mantel. Dos pares de ojos verdes y otro par azules se dirigían hacia su madre como si de una condena se tratara.

Eran niños. Niños. Edna volvió a negar.

La mayor la miró de reojo con cierto asco. El del medio ni siquiera se molestó en hacerlo. Solo en el menor fue capaz de ver las lágrimas que amenazaban con derramarse de sus ojos.

—Ciertamente, el verde es un color de lo más vulgar—Fue lo último que dijo aquella mujer—Soy demasiado buena con ustedes, demasiado buena—Siguió repitiendo antes de entrar por completo a la casa.

Edna miró la mancha que no había salido del mantel. Miró sus manos y contuvo el llanto. Intentó articular algo, cualquier cosa. Pero nada salió de sus labios.

Como no acordarse de aquella vez. ¿Como no acordarse del día en que había tratado de salvar a aquella mujer? ¿Como no acordarse del día en el que se dio por vencida por completo?Ese día había perdido su voz. Su voz.
Entonces contemplo el rojo del mantel y observo sus manos igualmente manchadas de aquel color.

Abrió la boca e introdujo sus dedos con suavidad. Y No estaba, no estaba lo que se suponía que debía estar.

El dolor del cuchillo fue lo que la trajo de nuevo a la realidad. El dolor que se había quedado impregnado en cada uno de sus huesos. El dolor que le recodaba que no debía volver a abrir la boca en esa casa. Jamás.

La mancha no saldría. La mancha no saldría porque no era vino lo que trataba de lavar.

Quédense en casa. Cuiden a los suyos y cuídense ustedes. Esto es una realidad y hay que hacerle frente con responsabilidad. Probablemente no lo sepan pero soy estudiante de medicina, y sé que no será fácil. Son tiempos para estar unidos. Ojalá hayan disfrutado de este cap extra.😜😜

Doble moral [Con pecado concebido *02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora