El lugar al que pertenezo

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—No es cierto. Lo que está diciendo no puede ser verdad. Mi madre era una alcoholica cronica, mi tía me salvó, mi padre era...—Su voz flaqueó en el último Segundo hasta romperse por completo.

Las uñas de La chica se enterraron en las palmas de sus manos y el aire no llegó a sus pulmones a tiempo. Volvió a caer sobre la destartalada silla y negó  múltiples veces con la cabeza.

—Si eres quien dices ser niña, y por tu apariencia puedo jurar que lo eres, entonces todo lo que te he contado es verdad. El apellido que llevas es el mismo apellido que el de tu madre, que es el segundo apellido de la madre de tu madre, tú abuela.

Cassandra enterró sus manos en su rostro y trató de contener las náuseas que surgían de su estómago.
Lo que el jardinero le estaba queriendo hacer entender era que todo en lo que había creído hasta ese entonces había sido una mentira, su tía no tenía nada de Santa, su vida había sido una mentira, y el hogar al que siempre quiso regresar nunca fue un hogar.

—¿Sabe entonces donde está enterrada mi madre?

—Lo cierto es niña que la casa ardió tan fuertemente ese día que no quedó nada que rescatar. Lo lamento tanto.

No tuvo ni siquiera un funeral.

—Mi padre, ¿cuál era el apellido de mi padre?

El hombre Susurró su respuesta y señaló la gigantesca mansión que se alzaba a lo largo del terreno, en la punta de la montaña.

Ostentosa, gigante, vieja y llena de historias tristes y desoladas. Entendía porque causaba tanto miedo, era demasiado frivola para ese rincón de Italia donde el verde y el azul eran los protagonistas.

Tuvo que apartar la mirada antes de que sus ojos verdes se llenaran de lágrimas.

Cassandra había querido ir a ver lo que había quedado de su antiguo hogar, las ruinas y las plantaciones de ciruelas, en su lugar se había encontrado con que las tierras que antes le pertenecían habían pasado a las manos de unos inversores desconocidos, y que pretendían derribar hasta el mínimo vestigio de lo que fue su vida anterior, iban a borrar hasta el último hermoso recuerdo de lo que fue su niñez.
Furiosa e indignada se había topado de casualidad con un hombre anciano que la había llamado Isidora por error, Cassandra sabía el nombre de su madre y algo le dijo que debía entablar una conversación con aquel  pobre anciano.

La historia que le fue relatada destrozó por completo lo que había construido de si misma hasta ese día y la había dejado a la deriva con un montón de decisiones que debían de ser tomadas.

Ahora, caminando distraída por aquellos campos y aquella hierba. No encontraba la manera de emborracharse con la belleza que le rodeaba ¿Acaso no era esto lo que anhelabas? ¿No es este el lugar al que dices pertenecer?

¿Donde es mi verdadero hogar? Se preguntó Cassandra.

La imagen del empresario la tomó por sorpresa y de inmediato tuvo que sacudir la cabeza. Silas no sabía que había salido, posiblemente le armaría un berrinche ahora que volviera y no tenía fuerzas para lidiar con su posesivo halo a esa hora de la mañana.

A sus espaldas estaba el muro de piedra en el que sus padres se habían conocido.
Caminó distraída por todo el borde de la cerca de piedra caliza y suspiró.

La inscripción de la reja decía San Severo, y por un Segundo consideró ir a preguntar algo a esa casa. Sin embargo le entró miedo. Y eso no era algo típico en Cassandra.

Algo le decía que era mucho mejor alejarse de esa familia. Pudo ver el miedo en los ojos del jardinero cuando se refirió a su padre, y a su abuela.
Lo que le quiso dar a entender de que habían espinas más afiladas en ese terreno por el que paseaba de lo que ella pensaba.

Doble moral [Con pecado concebido *02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora