Ella No es

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Mamá corre por toda la casa con un montón de cintas de decoración color rosa y púrpura, entusiasmada con la idea de celebrar mi admisión a la escuela de equitación. Mamá parece encontrar excusas para decorar la sala que ni siquiera tienen correlación con el mundo real. Pero qué más daba, si eso la hacía feliz, papá, Sandro y yo siempre omitíamos decirle algo.

Pruebo la avena que me he preparado e inmediatamente me arrepiento. Asquerosa. Si tan solo Mamá supiera que tales colores infantiles me producen náuseas.

Sandro me mira fulminándome. Conozco esa mirada. Me está advirtiendo que mantenga mi boca a raya. Le sonrió con cinismo.

Meto un dedo en la avena y con un movimiento provocador meto el dedo en mi boca, saboreando el asqueroso sabor del alimento. Pero que puedo decir. Pretender que te gusta algo cuando en realidad lo desprecias es una de las pocas habilidades que he estado perfeccionando. Salto de la mesa de la cocina con aparente dificultad y vuelvo mi mirada hacia Sandro.

Mi hermano me vigila atento.

Él sabe como yo sé que los dos somos peculiares.

Entonces rompo a llorar con ahínco. Mamá me mira preocupada con aquellos ojos verdes que tanto me gustan. Esa expresión siempre me produce placer.

No me malentiendan, no es que me guste ver a mi mamá preocupada todo el tiempo. Es solo, es solo que hay algo en la compasión de su mirada capaz de remover las pocos emociones que guardo en mi interior.

¿A qué niña de siete años no le gusta saber que es amada? ¿A qué niña de siete años no le gusta sentir que es la única cosa importante de su mamá?

Entonces está ahí el dilema. Soy adicta a esa expresión porque soy adicta a las emociones detrás de esos ojos. Amor.

Amor por mí. Aunque no me lo merezca. Mamá me quiere.
Sus delicados dedos limpian mis mejillas con suavidad y me susurran palabras que me abrazan con calidez.

—¿Que ocurre amorcito? ¿No te gustan los lazos que hice para ti? ¿O es que Lissandro te ha dicho algo que no te gusto?

Niego múltiples veces y me abrazo a su pecho. Mamá es tan hermosa. Quiero ser como ella cuando crezca.

Mamá es tan hermosa. Con ese pensamiento me gusta quedarme.

Huele a manzanas. La cortina pelirroja que le llega hasta las caderas de forma perfecta y bien cuidada me cubre con su abrazo. Va descalza y parece tan joven.

No soy tonta a mi edad. He visto la mirada de papá sobre mamá tantas veces que creo que soy capaz de reconocerla en cualquiera que intente imitarla. Mamá no parece darse cuenta de la forma como la miran los hombres. Como la mira papá cuando nadamos en la piscina.

Tampoco soy indiferente a las horas que parecen gastar encerrados en su habitación luego de que salimos de nadar. No sé con exactitud qué es lo que tanto practican, pero mamá siempre parece de mejor humor cuando sale de allí.

Sandro me tiene amenazada con que no me meta en asuntos que no me incumben, sin embargo, me he tomado a pecho la ferviente tarea de mantener a salvo a mamá. Nadie ni nada tocará a mamá nunca.

La amo.

—Mami. Si cumplo años otra vez me haré más vieja, con lo que tú también te harás más vieja, podrías morir mami. La mayoría de las personas mueren de vejez.

Doble moral [Con pecado concebido *02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora