Frutos del mañana y espinas del ayer

843 63 8
                                    

Ojos grises como nubes de tormenta,
Ojos glaciales como niebla húmeda,
Ojos violáceos como amatista.

Tres pares de ojos la observaban.

—Comelas—Dijo ojos violáceos.

—Acéptalas—Dijo ojos grises.

—Guárdalas—Dijo ojos glaciales.

Las tres víboras esperaban inmutables frente a ella. Cassandra tenía la cara empapada en lágrimas amargas. Su vientre seguía vacío y había un deje de perdida y nostalgia que no la dejaba respirar.

La canasta de manzanas frente a sus ojos era un regalo. Un regalo de las tres brujas que decían ser su familia.

La sensación que le provocaban era extraña. Sus hermosos rostros velaban emociones que a las que casi podía ponerles nombre. Pero no estaba segura. No confiaba en esas.

No debía confiar en ellas.

Peligro. Peligro.

Si Diane le pareció intimidante, no sabía a ciencia cierta lo que eran aquellas tres. Vomito era lo único que sentía en su garganta. Miedo.

Cuando la más terrorífica habló, creyó desfallecer.

—Nunca podrás concebir. Él no es uno de nosotros.—La de los ojos violeta hablo con lentitud, su acento y voz eran extraños Y a su paso dejaban una sensación de terror que jamás había podido asociar a nadie.

Ojos violáceos era sin duda la más hermosa de la habitación. Era la líder. Lo podía ver por la forma en la que las otras dos la flanqueaban como si la protegieran. Ojos violáceos solo le inspiraba crueldad, un tipo de maldad tan elemental como el mismo pecado original con el que amenazaba la religión.

Una sensación de turbación. Porque la atracción que esa chica desprendía podía poner a una nación entera de rodillas.

Ese tipo de bellezas estaba hecha solamente para que los hombres se maten entre sí. Ese tipo de rostros solo viven en las historias sin finales felices, en las historias de terror y en las historias de una dinastía que nunca debió existir.

Ojos violáceos era y siempre seria una pecadora. Porque era su destino, porque era su cruz, porque era su deber.

Ojos grises era franca. Su mirada era demasiado honesta y disiente para su gusto. Miró con asco a su esposo, como si este fuese un ser inferior al que no debía respeto. Como si ella estuviese por encima de él. Como si hubiese algo en Silas que le provocara ira.

Ojos grises como nubes de tormenta era melancólica. Sus cadenas parecían haber desaparecido, sin embargo, no había pedido la esencia de lo que era.

Le inspiraba un cinismo ensordecedor. Una franqueza que le decía a gritos lo que tanto había temido por escuchar. Aquella chica le traía la verdad, y la verdad dolía. Siempre dolía.

Volvió su rostro hacia ojos glaciales. La más distante y fría de las tres.
No vio nada. No sintió nada. Nada.
Era un vacío inmenso. Una nada tan desesperante que sintió que ella misma caía en un abismo que la bañaba en pena.
Lastima. Dolor. Ausencia.

Doble moral [Con pecado concebido *02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora