Hamburguesas, sexo y culpabilidad

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Cassandra se embutió con más fuerza la hamburguesa a su boca. Había dejado la carne hacía ya cinco años pero en ese justo momento, la sabrosa y grasienta comida llena de salsas y carbohidratos era lo que necesitaba.

Alzó su brazo y pidió al mesero que le trajera un tarro de helado para acompañar su mala suerte. Casi reprimió un gemido de gusto de no ser por la extraña mirada que le regaló el cocinero desde la barra.

—¿Como te ha ido niña?

Cassandra trago con dificultad la carne.

—Perfectamente—Dijo con una sonrisa fingida.—La hamburguesa está deliciosa.

—No seas zalamera muchacha, los dos sabemos que es veneno lo que te estás atragantando, pero eso tiene poca importancia, más bien cuéntame en verdad ¿porque el viejo Jenkins te despidió?

Se había olvidado por completo de que el hombre que la había metido los dedos por quien sabe donde era él responsable de su falta de empleo.

—Que puedo decir Bernie nunca he sido muy afortunada, pero me las apaño bien.

Recibió el helado con gusto y enterró gustosa la cucharada en la malteada azucarada.

—Te digo que Jenkins perdió mucho cuando te dejó ir muchacha, ese nuevo chico es demasiado tonto.

Cassie se esforzó por sonreír, en su lugar le dio otro inmenso mordisco a la carne grasosa, remojó las papas fritas en la malteada y sencillamente se comió todo hasta saciarse por completo.

Sus piernas protestaron cuando se levantó de la mesa y pagó la cuenta con rapidez.

—Te veo diferente chica.—Escuchó decir a Bernie de nuevo.

Cassandra lo miró preocupada ¿Él no podría saberlo cierto? Tranquilízate Cassandra, es imposible que se note tanto ¿no es así?

—¿Diferente? Si soy la misma escuálida de siempre.

El cocinero se rió entre dientes.

—No lo sé muchacha. Pareces más madura ¿no te habrás conseguido algún novio, verdad? Por lo que sé el niño Wales ha sido terriblemente rechazado por ti.

Y la chica se quedó de piedra. La única cosa que invadió la mente de Cassandra fue Silas. Casi pudo sentir el aroma a tabaco y cigarrillo entre su piel. Se sonrojó de pies a cabeza.

—¡No! ¡Como cree! Solo estoy...

—Déjame adivinar, preocupada por tu tía.

Cassandra volvió a sonreír forzadamente.

—Exactamente.

El cocinero arrojó una bolsa café a la barra con brusquedad.

—Estas van por cuenta de la casa, llévatelas niña, y si alguna vez ese muchacho con el que sales te hace llorar de nuevo, tú solo avísame.

¿Muchacho? Su vida parecía una tragicomedia.

La joven tomó la bolsa con agradecimiento y dificultosamente salió del local. Calle arriba el viento soplaba fuertemente sobre su rostro y el día parecía más melancólico de lo normal. Suspiró como por centésima vez y siguió caminando sin rumbo específico. Si llegaba a casa estaba segura que rompería a llorar en segundos.

Tampoco tenía ganas de encontrarse con Simón, la cara del chico lo único que le recordaba era una gran asquerosa verdad. Se había vendido.

Era un pedazo de carne que le serviría por un rato a un tipo con bastante Plata ¿Que diferencia podría haber entre lo que ella estaba haciendo y aquellas mujeres que frecuentaban las oscuras esquinas de los barrios? ¿Que se estaba sacrificando? No me hagas reír Cassandra. Admítelo, te gusto. Te gusto más de lo que imaginaste. Y honestamente preferirías haberlo detestado al punto de quedarse traumatizada de por vida, que ese sentimiento de incertidumbre y ansiedad que te carcome el cuerpo ahora mismo. Admítelo, lo tienes grabado en la piel.

Doble moral [Con pecado concebido *02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora