El Bosque

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He intentado evitar mirarme al espejo desde que tengo memoria y hoy no es diferente.

La alarma suena a las cuatro de la mañana, como todos los días y todos en nuestra apretada habitación nos apresuramos para vestirnos y comenzar temprano nuestro día de servidumbre. Como Deltas, la casta servil, esto es rutina.

Nuestra manada no es una de las más grandes o de las más poderosas, pero si es una de las más numerosas que ha podido sobrevivir sin ser detectada por más de cincuenta años en territorio humano, y eso no es un logro cualquiera. Parte de ese éxito radica en nosotros Deltas (aunque ellos jamás lo admitirían), aquellos lobos criminales despojados de sus rangos, los débiles y enfermos y aquellos solitarios que no tienen ningún otro lugar a donde ir que terminan siendo servidumbre de los lobos más poderosos.

Yo por mi parte soy especial, no soy exactamente ni una cosa ni la otra. No estoy enferma ni jamás he roto los votos sagrados, mi único crimen ha sido nacer.

Cuando tenía tres años, en una excursión de rutina fui encontrada por dos betas, abandonada en el medio del bosque Mapple Cross en Canadá en el medio del invierno y completamente sola, con nada más que la ropa que llevaba puesta. Aquellos exploradores sintieron la esencia Lobo en mí y me llevaron a su campamento, pero no les llevó mucho tiempo en darse cuenta que había algo inusual en mí. Su primer pista fueron mis ojos, no son amarillo como los de un Alfa, dorados como los de un Beta, grises como los de un Omega o marrones como los de un Delta; no, mis ojos son un extraño color verde tornasolado, un color tan vibrante que es imposible de ocultar y la principal razón por la que evito mirarme en cualquier reflejo que encuentre; son la prueba de que no soy normal, lo que alerta a cualquiera de que yo no encajo, que no soy una de ellos.

Con mis extraños ojos, la inhabilidad de transformarme en lobo, pero mi fuerte esencia sobrenatural presente, crecí en la manada como una Delta, criada para ser sirvienta pero jamás encajando con ellos tampoco. Los Delta todos tenían su historia, ellos eran Betas u Omegas que habían cometido un crimen tan terrible que eran forzados a una vida de servidumbre como castigo. O nacían enfermos, incapaces de luchar o razonar pero si de cocinar y lavar los baños. Aún así todos podían transformarse, después de todo la transformación era lo que te distinguía como Lobo.

Yo, si bien tenía la esencia para probar mi naturaleza licántropa, era una rareza y para una manada que sobrevive gracias a pasar desapercibida, lo inusual es llamativo y por lo tanto peligroso.

Es por eso que desde pequeña aprendí a ocultarme, siempre mantengo la cabeza gacha con mi pelo oscuro y desordenado formando una cortina protectora entre el mundo y yo para que mis llamativos ojos no sean observados, aunque a pesar de mis esfuerzos aún recibo más de una mirada recelosa cuando camino por las instalaciones; no importa el rango, nadie realmente confía en mí.

Aun así y a pesar de todo, he aprendido a pasar mis días calladamente, trabajando duro para poder pagarme pequeños momentos de libertad y es así como luego de ocho horas de trabajar en la cocina preparando el desayuno y limpiando mis secciones asignadas, tengo una hora de descanso antes de tener que ir al colegio.

Nuestra manada consta de 126 integrantes, verdaderamente un logro cuando se considera que vivimos en un edificio (registrado como instituto de educación privada) en el medio de un área residencial humana. Un edificio tan grande siempre necesita constante atención de los Deltas, especialmente para mantener la ilusión de instituto privado al que los humanos se han vuelto tan acostumbrados. Pero al mediodía tengo mi pequeño descanso y me dirijo al lugar que más me gusta; el bosque.

Se lo que estarán pensando, ¿Acaso no fue esta cría abandonada en un bosque? Pues si, si lo fui pero no tengo memoria de ello. Además, el bosque es el único lugar donde puedo estar sola, alejada de las burlas y las miradas suspicaces.

Vendida al Alpha #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora