Triste Revelación

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Ese día nadie más vino por nosotros, por lo que luego de esconder las tijeras y con todo lo que había pasado en las últimas veinticuatro horas mi cuerpo colapsó y me quedé dormida rápidamente.

Aaron había querido darme su cama, las palabras de Sammara insistiendo en que debía de ayudarme todavía haciendo mella en su mente, pero yo me negué. El pobre estaba tan frágil que creía que si dormía en el suelo le haría peor para su condición; además toda mi vida había dormido en el suelo mientras vivía con Rogers, unas noches más no eran nada.

La habitación estaba gélida, el aire frio calándome a través de mis livianas ropas de verano por lo que me acerqué al calefactor empotrado en la pared. El calor que emitía era muy suave, apenas si alcanzaba a sentirlo pero no tenía forma de subir la temperatura, debía de ser algo así como calefacción central y sin otra opción me dormí con la mejilla y el resto del cuerpo pegado a la dura estructura.

La mañana siguiente, sin embargo, fue muy diferente. A pesar de mi incomoda posición yo me había quedado dormida bastante fácil en cuestión de segundos y si no hubiera sido por el frío, hubiera dormido la noche entera en lugar de despertarme y acurrucarme, volverme a dormir y volver a despertarme. Estaba en uno de esos momentos en los que me volvía a dormir cuando siento la pequeña mano de Aaron en mi hombro.

—¡Despierta!—Susurra él apresuradamente. La urgencia en su voz más que nada es lo que me hace salir de mi ensoñación y luego de un momento de confusión acerca de donde estaba entiendo por qué se oye tan preocupado; fuera de la habitación se escuchan pasos provenientes en nuestra dirección. La puerta se abre con un leve gemido y allí aparece un chico de pelo oscuro enrulado largo hasta las orejas, con unos jeans, unas botas de invierno y un sweater de lana de apariencia cómoda. Luego de unos momentos de que mi cerebro intentara procesarlo, tan dormida como estaba todavía, lo reconozco como el joven que me sujetó junto con Sammara cuando había intentado escapar con la silla atada a mis espaldas.

Él nos mira confundido por un momento, sus ojos saltando entre Aaron y yo cuando finalmente se sitúan en mis manos.

—¿Qué le ocurrió a tus muñecas?—Pregunta él, señalando con un dedo. Yo no les había prestado mucha atención últimamente, tan preocupada que había estado con saber si Sammara se había dado cuenta de mi pequeño robo. Las alzo en el aire enfrente de mí donde la luz de la puerta abierta me permite examinárlas mejor. El líquido marrón que Sammara me había pasado por las muñecas contrastaba con la blancura de mi piel y junto con los cortes provocados por mis ataduras me daba la impresión de estar viendo los brazos de un cadáver. Hasta Aaron a mi lado pareció alejarse un poco, impresionado por la vista. Pero en realidad no estaban tan mal, las heridas ya no sangraban, habiéndose cicatrizado un poco y si bien seguía doliendo, por lo menos creía que había salido del riesgo de una infección. Aunque no sabía por cuanto tiempo, puesto que si las volvía a mover bruscamente estaba segura de que las heridas volverían a abrirse.

—Sammara les ha pasado un líquido para limpiar las heridas.—Dije a modo de explicación, sin entender porque se veía tan sorprendido. Dudo que viviendo en una familia como la suya sea esta la primera vez que vea sangre.

El chico suspira y rechina los dientes, enojado—. Se suponía que te las vendaría ella, eso es lo que nos dijo—se pasa una mano por sus sedosos rulos—, ¿y todo lo que hizo fue pasarte pervinox?—Sacude la cabeza pero ya no parece tan sorprendido, como si esta clase de comportamiento fuera predecible en ella. —Enseguida vuelvo.

Y para mi asombro, el chico se va y deja la puerta abierta; sin trabas ni alarmas. Puedo escuchar sus pasos desvaneciéndose por el pasillo. Inmediatamente me pongo de pie, lista para salir cuando Aaron me toma de la camisa y jala con su pequeña mano.

Vendida al Alpha #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora