XCVIII

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Lo encontré como desayuno, su cuerpo desnudo aun con aroma a deseo, a sudor y piel. Me recorrieron las ganas desde la punta del pie hasta el ultimo cabello. Acerqué mis labios hasta su boca y lo besé desesperadamente, como si tuviera urgencia de sentirlo arder entre mi carne. Hay paraísos que se encuentran deslizando las manos al sur, pedazos de utopía y trocitos de gloria que se esconden bajo las sabanas. Su respiración que se cortaba, su pulso crecía, mi corazón se aceleraba. Estábamos vivos, muy vivos en una tierra donde la muerte es un premio y renacer entre las olas de colores una bendición. Lo desayuné exquisitamente, me vació las ganas y lleno mi cuerpo, dejándome en el alma una sensación de escalofrío que recorre mi espalda cada vez que recuerdo su vida entre las piernas y mi corazón en su pecho. 

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