La chica de la mirada triste.

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Y hoy, quiero contaros la historia de ella. De la chica de la mirada triste que sin querer arrancaba sonrisas a su paso. A la gente le resultaba fácil pensar que era la chica más alegre del mundo, que nadie, absolutamente nadie podía hacerle daño, que siempre sonreía y que era feliz. Pero yo sé que no. Yo sé que ella tenía un secreto que escondía a todos, incluso a sí misma. Ella podía sonreír todo el día pero cuando llegaba a casa se derrumbaba. Ella pensaba de nuevo en todo, en que las olas de su mente iban a ahogarla de nuevo, en que iba a ser una vez más otro naufragio sin salvavidas. Ella, que había vivido tanto tiempo dentro de un huracán, que le había puesto su nombre incluso. Que sentía que sus alas no podían volver a volar, que se habían roto en pedazos por la fuerza del viento. Mantenía en secreto que las noches le eran infiernos disfrazados de estrellas y lunas llenas, que las pesadillas eran simples sueños con la fina línea que diferenciaba la realidad de la fantasía; mantenía en secreto que su cabeza era un mar de pensamientos donde hacer surf era sinónimo de planear el propio suicidio. Ella, que se dejaba evaporar junto al humo del cigarro de cada noche en su ventana, que se diluía con cada chupito de tequila cada sábado a la madrugada, que era un cúmulo de tristeza, soledad y maravilla a la vez. Ella era esa chica que podía hacer magia con un lápiz y un papel y que con simples trazos podía salvarte o condenarte a muerte, que podía hacerte sentir a través de una pantalla, que podía acariciarte la cara mientras leías cada una de sus palabras que acababan por convertirse en versos. Que cuando ya no podía más, sacaba incluso más fuerzas por no caer definitivamente en un pozo sin salida, que con los ojos cerrados conseguía que cualquiera abriese el alma. Ella es la chica que lleva cicatrices y las llama marcas de guerra, que sonreía aun con la sonrisa rota, que era hielo pero ese hielo que si lo tocas con demasiadas ganas puede incluso quemar. Era esa chica que anda a las cuatro de la mañana con una libreta bajo el brazo y un boli y deja que todo su ser se imprima en ese cuaderno de hojas vacías. Ella era alguien que había nacido para brillar y que iba a seguir haciéndolo aun estando bajo tierra.  

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