Capítulo 9

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Tenía una historia complicada. Pero sin embargo, era fuerte. Macarena había estado contándome un poco de su vida.
Su viejo y su madre se habían separado cuando ella tenía diez años, ya se pueden imaginar como se te hace la cabeza cuando sos tan pequeño y tu familia se desarma. Su madre descubrió que su padre le era infiel, él se fue con su otra mujer y ellas se quedaron al lado de su madre. Pero a pesar de todo, yo le veía un brillo en los ojos de felicidad y cariño que pocas personas demostraban; la sonrisa no se le había borrado e inclusive se le ampliaba.

Habíamos pasado dos horas mirando como las estrellas se borraban por la luz del sol. Ella bostezó.

—¿Desayunamos?—preguntó de la nada.

Eran las siete y media, mi estómago rugió como un león.

—Bueno.

Nos fuimos hasta donde estaba mi auto. ¿Dónde desayunaríamos?
Lo que primero se me vino a la cabeza fue mi apartamento. Pero estábamos bastante lejos.

—No hay nada más lindo que ir a la Shell después del boliche—habló mirando la estación de servicio.

Sonreí y nos adentramos en el local.
Ordené lo que iba a ser nuestro desayuno y me fui a sentar en la silla opuesta que ella había elegido. Había agarrado una revista de los estantes.

—Mirá que bueno está esto...—dijo mostrándome la página momentáneamente— Una psicóloga dice que es bueno reconocer once cosas que amamos y once que deseamos. La voy a llenar...

Acomodó su pelo, así podía ver más su rostro, y empezó a completar la lista con una birome.

—Las once cosas que amo son:—pensó— El hockey, a mis viejos, amo la pizza, las estrellas, las flores, las lucecitas de navidad, el fútbol, la música; algún día te voy a contar de eso; amo el olor a lluvia y la lluvia, los perritos y gatitos, amo la arena mojada en la playa y los caracoles... Amo un montón de cosas más— miró que se le habían acabado los renglones en la lista.

—¿Cómo podés amar tanto?—me mataba la curiosidad. Nunca había conocido a una chica tan tierna.

—No sé...—la chica de la estación trajo nuestro pedido y Macarena le sonrió agradecida.—Amo el café— miró la taza en frente de ella.

—A mi me gusta el café. Capaz que a vos te gustan todas esas cosas... Y no las amas realmente—rompí los sobrecitos y los agregué en mi café.

—No, yo amo esas cosas... Y muchas más. —Habló.

—Yo amo pocas cosas—dije para mí mismo.

—Vos sos un aburrido.—Prosiguió a llenar la otra lista. Quizá si era un aburrido—Once cosas que deseo... Conocer a los jugadores de la selección, deseo conocer Venecia y las playas del Caribe—escribía sin dudar—Deseo sacarme una foto bajo la lluvia, besar a alguien bajo la lluvia también, deseo nadar con delfines; como una sirena; deseo ayudar a alguien sin conocerlo, deseo que mi —no escuché esa. Se calló y escribió— Deseo escaparme por la ventana de mi pieza, escuchar anécdotas prehistóricas de viejitos a los que nadie quiera escuchar, que la gente ayude a los animales que andan por la calle sin dueño, deseo enamorarme.

—Yo que vos borro la última— sugerí y me miró alzando una ceja.

—¿Por qué?—sonrió. ¿No se cansaba de sonreír?

—No es lindo enamorarse—informé obvio. Todo el mundo piensa lo mismo.

—¿Te enamoraste alguna vez?—preguntó mordiendo la medialuna.

—No, no sé, pero no hace falta.—Dije—Aparte todos dicen que es horrible.

—Yo creo que debe ser lindo—perdió su mirada en algo—Y los que dicen eso fue porque capaz que nunca se enamoraron de verdad. Si fuera amor de verdad, nunca muere, nunca desaparece y menos se convierte en algo horrible lleno de dolor. Confunden amor con otra cosa, el amor es amor. A pesar de todo, por más que las personas que se amen no estén juntas el amor queda como esencia de algo que fue único y mágico.

La miré sorprendido. Siempre tan positiva y con tanta calidez o cariño. Buscando el imposible lado bueno de las personas, o haciendo que afloren esos sentimientos cursis y pegajosos que no hacen más que invadir todo tu día. Imposible pensar así. Con tremendos ojos frente mío, con aquella sonrisa tan verdadera.

—Para ser alguien que nunca te has enamorado, sabes bastante—dije y desvié mi mirada a la chica que acomodaba los estantes a unos pasos de distancia. Podía jurar que me estaba coqueteando.

—Yo sé mucho o vos no sabes nada—volvió a morder la masa dulce.

—Puede ser...

Yo era inexperto en eso del amor, pero no me importaba en lo más mínimo; siempre me comportaba de forma apática y desconsiderada cuando una situación de esa talla se me presentaba. No me interesaba el amor y sus complejidades.

—A ver, llená vos la lista—había una hoja extra en la revista.

La miré dudando.

—No.

—¿Por qué?—me señaló el último párrafo en la hoja—Acá dice que son once cosas que amas y deseas porque es, once-once (11:11) si la llenas se van a cumplir tus deseos. Se van a hacer realidad.

Reí al escuchar su incredulidad y la tremenda pavada que acababa de decir.

—Los sueños no se hacen realidad—informé sin presarle atención y apartando la revista—Y menos porque llenes una absurda lista en una revista.

—Que amargado, vos sos como un viejo que vivió mil años y que peleó con dinosaurios.

Reí. Que imaginativa.

—Los míos si se van a cumplir. ¿No la vas a llenar?

—No.

Suspiró molesta y sonreí.

—De todas formas, gracias por bancarme—habló con una creciente sonrisa acompañada de un poco de rubor—De seguro me veo como un zombie a ésta hora.

—De nada. Y no te ves como un zombie...—una sonrisa se me escapó.

—¿Seguro?—se sorprendió—¿Ni así?—estiró sus brazos y apoyó su oreja en su hombro—Quiero comer tu cerebro aunque sea chiquitito como un confite.

Me era imposible no carcajear con ella imitando a un zombie.
Terminamos de desayunar y salimos hasta mi auto, tuvimos que llevar la revista que había llenado porque ella no quería que sus deseos anduvieran vagando y haciendo mugre por ahí. El camino fue tranquilo. Me daban ganas de reír cuando recordaba las pavadas que decía.

Me detuve unas cuadras antes llegar de su casa.

—Gracias Joaquín— se desprendió el cinturón. No tenía ganas de que se fuera.

—La pasamos bien—admití.

—Voy a dormir para siempre ahora—bostezó. Parecía que ella tampoco quería irse.

—Podemos juntarnos otro día— sugerí.

—Sí, pero de día— agregó:—Porque en estas bolsas voy a poder guardar dos kilos de papa.

Sonreí. Estaba hermosa. Con la luz naranja del sol aclarando sus ojos y suavizando sus gestos.

—De día, entonces...

—Ya me voy— abrió la puerta.

—Nos... Vemos.

—Hasta pronto—antes de bajar volvió a besar mi mejilla. Sonrió al separarse y se fue. La vi por unos instantes hasta que desapareció en una de las casas.

Miré la revista que descansaba en el asiento. Mordí mi labio inferior y releí la lista que había manuscrito.

Pronto se me antojaría un beso, pero no en la mejilla.

Unreal | Joaquín CorreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora